A veces las palabras suelen ser más letales que un fusil, aunque suele desestimarse su fuerza por la incorporeidad de sus sonidos. Se quedan vibrando en el aire como mariposillas asustadas por la luz, para después, instalarse en la mente y en el corazón, sitio idóneo para vivir por siempre.
Porque, ¿Quién no ha sido acompañado por mensajes de odio, a quién no lo han perseguido comentarios mordaces que creíamos muertos? Son simplemente palabras, más son imperecederas, se seguirán escuchando con los sentidos internos, en una memoria sensorial grabada a detalle sin omitir nada, ocupando un espacio sin dirección numerada, transparente e innegable como el aire.
Basta una chispa para tornar, recordemos que no estamos hablando de cosas materiales, me estoy refiriendo a esos relámpagos luminosos, esas ráfagas furiosas que envuelven como un tornado trastornando mi sentir. Y yo, una vez instalada en ese lugar incierto, atrapada sin remedio, vuelvo a escucharlas irremediablemente.
Una vez ahí, decidir salir es imposible, las batallas contra el pensamiento están de antemano perdidas. Cuando esto sucede, intento no internarme en aguas más profundas, solo floto a la deriva en la superficie de ese mar espeso sin saber en qué dirección bracear, y confundida entre esas dunas de vida propia que juegan conmigo en su vaivén, soy corazón, soy emoción pura.
Sí, los vocablos son seres de fuego, pájaros que cruzan el cielo cortando el aire con la furia de un cuchillo, atemperando o calcinando hasta las cenizas. Tal vez si comprendiéramos esto, cuidaríamos la premura de los labios imprudentes, guardaríamos celosamente nuestras respuestas, seríamos más sensatos, más responsables de nosotros mismos. Porque las palabras una vez dichas, crean círculos concéntricos de gran alcance, dejan de ser sólo un simple pensamiento para convertirse en una opinión favorable o un juicio severo.
Sin embargo, este mundo es una balanza, todo se da en equilibrio para compensar, en una extraña e incomprensible forma de restaurar, de aminorar a manera de bálsamo lo que está dañado o enfermo, y tal vez, viéndolo de esa manera, esta sea una buena manera de armonizar el alma, aunque no se pueda comenzar de nuevo.
Por eso, yo atesoro tus palabras de plata que resuenan como si tañeran para alegrar el infinito, el mío. Eres esa corriente marina que me marca el rumbo y me lleva con ternura a tu playa, acallando las palabras necias que se niegan a guardar silencio.
Me pongo a pensar, si en el lugar en el que estás, tienes un punto de observación, si te enteras de la cotidianeidad de mis días. ¿Acaso tienes acceso a mis pensamientos, a la distancia, puedes percatarte de la bondad que sembraste cuando me mirabas con tus ojos cansados?
Quiero pensar que muy probablemente, te sientas en las tardes en tu sillón a descansar y a contemplar tu cosecha audible. Si abuelo, no las considero simplemente palabras, resultaron ser mi baluarte y mi muralla, fueron semillas de amor que germinaron en mí.