Un mero trámite. Así entiende la candidata del oficialismo la cita del 2 de junio. Un día que sólo servirá para formalizar el regalo que recibió del presidente. Ante consejeros de BBVA declaró que lo único que faltaba era un trámite. La declaración es un insulto a los miles de mexicanos que participan en la organización de las elecciones y a los millones de ciudadanos que irán a votar para decidir quién los gobierna. La candidata lo dijo como si fuera un chiste muy simpático. “Falta el trámite del 2 de junio. Jajajá.” A Sheinbaum le pareció que su puntada era graciosísima. Descartada como chiste, su respuesta no puede ser considerada como un dislate, un involuntario tropiezo con la espontaneidad. Sheinbaum cree que la elección es papeleo. Se trata de la confesión de una autócrata convencida de que el poder no está en el voto sino en otro lado. Está convencida de que lo recibió como un obsequio por ser la más fiel de todos los fieles. Es comprensible que los candidatos den muestras de optimismo, no es raro que resulten triunfalistas. Pero la declaración de Sheinbaum no es lo uno, ni lo otro. No dice que va bien, no anuncia que va a ganar: dice que el voto es nada.
No recuerdo una expresión de tan claro desprecio al proceso electoral. Ni siquiera en la época dorada del PRI, los candidatos de ese partido desdeñaban de esa manera el voto y ofendían así a los votantes. José López Portillo, candidato único a la presidencia en la elección de 1976 pensaba en la elección como boxeo de sombra, una prueba políticamente exigente. Jamás se le hubiera ocurrido decir que la elección era un simple trámite. Lo que confiesa Sheinbaum es importante porque revela la hondura de la persuasión autocrática del morenismo. Para el nuevo régimen la democracia no es procedimiento, no es competencia, no es incertidumbre. Los votos sirven para ratificar una legitimidad que viene de la historia y que encarna en un caudillo. Conocer la voluntad del prohombre es suficiente para el relevo.
Hace unos meses, el 20 de enero de este año, la lingüista Yásnaya Elena A. Gil publicaba un artículo en El país que mostraba los hilos de esta persuasión reaccionaria. La competencia entre partidos es cara, se basa en la desconfianza y es, en realidad, un engaño. El proceso interno de Morena mostraba un camino que le resultaba atractivo. No parecía darse cuenta de los millones que se dilapidaron para afianzar la candidatura Sheinbaum, pero celebraba ese proceso cargado de hipocresías como ejemplo de una mejor democracia. La unción de una heredera a través de encuestas opacas le parecía ejemplo de una democracia más profunda y más auténtica. La veía como la “pesadilla de Woldenberg”. y se deleitaba en ella. Una democracia sin los fastidios de las elecciones, los contrapesos, las campañas políticas, los resguardos de las minorías. El argumento de la traductora y activista es sorprendente por la nitidez con la que rehabilita la vieja treta del priismo que aseguraba que la democracia en México estaba dentro de un partido y que, por eso, no era necesario copiar modelos de fuera. El alegato de la lingüista mixe cobra mayor relevancia, desde luego, por la confesión de Sheinbaum.
El ideal de un gobierno popular sin tutela liberal es doctrina oficial. El desprecio a los tribunales, las leyes, los derechos termina siendo desprecio por el voto y el votante. La médula política del segundo piso es esa.
A algunos periodistas, a los consejeros de los bancos, a los grupos empresariales a los que pretende engañar con sus gestos de diálogo, les asegura que todo cambio institucional relevante será a partir del consenso. Pero en las plazas se lanza contra las autonomías que sobreviven como si fueran los enemigos de la nación, grita que la Suprema Corte de Justicia ha de ponerse a votación y que el árbitro electoral debe formar parte también del grupo mayoritario. El proyecto de autocratización que Claudia Sheinbaum pretende continuar ofrece un gobierno sin contrapesos sostenido en un pacto con ejército. Propone la resurrección del viejo presidencialismo y apuesta por la extinción de la democracia constitucional. Ese régimen tiene una base de sustento material y un cuerpo de ideas que pretenden legitimarlo.