Cuando carece de argumentos para refutar algún suceso que lo contraría, como el éxito de la Marea Rosa, el Tlatoani rumbo a la salida recurre al insulto. No puede evitarlo, son tan grandes, profundos y arraigados sus resentimientos, sus complejos, que a falta de razones recurre a la descalificación vía el epíteto.

El problema es que el señor se enreda y lo que le aplica a él, pretende aplicarlo a los demás volteando la terminología.

Afirmó ayer en su sermonera que quienes se manifestaron por fin se habían “quitado la máscara” y que es gente que no pertenece a la “sociedad civil”, pues son “conservadores”. Y que lo que más le molesta de los conservadores es su “hipocresía”.

Obvio es que lo dicho por el Tlatoani no es otra cosa que una cadena de lo que en lógica se llama “non sequitur”, es decir, una cosa no se desprende de la otra.

Empecemos por el uso del término “conservador”. Les preguntamos, estimados lectores, ¿quién es realmente conservador? ¿El que se apoya en el Ejército, en el militarismo, para imponer una sola manera de pensar “transformadora”, o quien profesa amor y defensa de los principios democráticos?

Obvio es que el militarista es aquí, en China y en la Conchinchina, el conservador, pues recurre a la fuerza de las armas para mantener el statu quo, su statu quo. No el de la sociedad.

De manera que liberales son todos los ciudadanos que el domingo marcharon a favor de salvar al INE, de preservar la integridad de nuestra Suprema Corte de Justicia, de defender la independencia de los Poderes de la Unión, y de evitar la conservadora noción de que un solo hombre debe ostentar todo el poder político en una nación tan diversa y plural como México.

Entonces, se desprende que el conservador es él, por tanto, si partimos de una premisa falsa, la conclusión a la que llega también debe ser falsa. Nos referimos a esa afirmación del todo trasnochada de que quienes se manifestaron el domingo “no pertenecen a la sociedad civil”.

¿Cómo? ¿Entonces de dónde vienen, de dónde salen?

Como ciudadanos independientes no acarreados que se manifiestan por voluntad propia por supuesto que emanan y forman parte de la sociedad civil. No hay forma de que el conservador inquilino de Palacio Nacional los pueda despojar así nomás de su obvia militancia en la sociedad civil.

Falta abordar el tercer epíteto que les colgó el Tlatoani a los manifestantes: ¡que son hipócritas! Esto es patentemente falso, al contrario, se muestran auténticamente fieles a su manera de pensar, pues su presencia voluntaria en la marcha indica su apego a una creencia que concuerda estricta y cercanamente con el propósito de la manifestación.

En todo caso, los hipócritas son los políticos que, diciéndose demócratas, actúan para desaparecer las instituciones democráticas que por largos años nos hemos tardado los mexicanos en formar.

Hipócrita, si revisamos bien, sería aquel político que persigue a sus críticos, pero deja ir a los delincuentes.

El que emplea a la FGR para llevar a cabo sus vendettas personales, esto contra viudas y sus hijos por la vía penal: todo por cometer el imperdonable pecado de criticar a su Gobierno y denunciar los casos de corrupción que en él han surgido.

Por ejemplo, el conflicto de interés de sus hijos al hacer negocios ya vendiendo medicinas a la “megafarmacia” o balasto al Tren Maya.

Alega también que “se dan baños de pureza” porque afirman no pertenecer a ningún partido, y que “se van quitando la máscara y “son de derecha”.

El que manifiesta no se quita ninguna máscara, pues no emplea máscara alguna: marcha abierta y nítidamente por ideales claramente identificados. En todo caso, los que portan máscara -y más de una- son los Tlatoanis que se dicen “humanistas”, pero persiguen a viudas abusando de su poder, se enmascaran afirmando que son tolerantes cuando sus actos de Gobierno los denuncian como intolerantes y vengativos, cuando ofrecen cumplir la Constitución como si fuera esto una graciosa concesión de su parte y no su obligación.

Ahora que si de quitar máscaras se trata, si el Tlatoani en cuestión se quitara la suya, miraría en el espejo a un marxista disfrazado de juarista.

En sus insultos hacia la sociedad, se retrata él solo, pues, el macuspeño.

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