Estimados amigos, por respeto a la veda electoral -y no por obligación legal- hoy no comentaremos nada que pudiera interpretarse como una inducción a votar de cierto modo. Nos limitaremos a comentarles que, de acuerdo con nuestra Constitución, es nuestra obligación votar.

De manera que voten por quien les dé la gana, pero voten, no permitan que otros decidan por ustedes el destino de su Estado ni del País. Sólo ejerciendo nuestra obligación de votar podremos conservar el derecho de criticar, manifestarnos, oponernos, o bien, respaldar y aplaudir las medidas del gobernante que gane las elecciones.

Y si las gana -sea quien sea- que lo haga por una clara voluntad popular, respaldado con un elevado grado de participación, de lo contrario su mandato carecerá de autoridad moral y de respaldo ciudadano. Nos explicaremos: si acaso vota sólo el 40 % del padrón, quiere decir que sólo 4 de cada 10 votantes expresaron su voluntad en las urnas. Si quien gana la elección lo hace con un -digamos- 40 % de los votos, entonces querrá decir que sólo 4 de cada 10 personas que votaron escogieron a su Presidente, Gobernador o Alcalde.

Sería una victoria pírrica, con más votos en contra o en abstención que con votos a favor, habrá ganado realmente la abstención y el -o los- futuros Gobiernos no tendrán el respaldo de la mayoría de la ciudadanía.

Así que para exigir a nuestros gobernantes sólo podremos hacerlo desde la posición de participantes en la elección, es decir, de personas que cumplieron su obligación y que votaron, que manifestaron su voluntad. De no haber voluntad manifiesta, se esfuma el derecho a exigir, a llamar a cuentas, a formar parte del poder democrático del cual emana el poder del Estado.

En las democracias el poder reside en los ciudadanos, por ello un gobernante democrático gobierna por el pueblo y para el pueblo, ya que es éste el que les otorga a sus gobernantes el poder bajo ciertas condiciones: que se apeguen a la ley, que no roben, que procuren el bienestar ciudadano y no el propio, que reconozcan y se apeguen a la independencia y autonomía de los tres Poderes de la Unión, que rindan cuentas y que operen bajo la lupa de la transparencia entendiendo que los ciudadanos contarán siempre con el derecho a saber cómo y en qué se gastan los recursos.

En resumen, no es una, sino varias y muy trascendentales las razones por las que debemos votar, cueste lo que cueste, a pesar de lo que está aconteciendo en Guerrero, Morelos y otros Estados.

La violencia en varios Estados, con candidatos asesinados, incluyendo el de Guerrero, cuyo asesino burló la “vigilancia” de cuando menos quince elementos de la Guardia Nacional, es una señal de alarma que indica el empoderamiento de los narcodelincuentes en los procesos electorales. De no ser abatida la violencia, solo los postulados por los delincuentes se atreverán a lanzarse como candidatos. Ya que cualquier otra persona que no esté arreglada con ellos correrá riesgo su vida.

La confirmación de esto ocurrió ayer en Morelos, en donde cuando menos en dos ciudades aparecieron narcomantas amenazando a grupos rivales de no entrometerse en el proceso “comprando votos” con las más graves consecuencias. Según las autoridades, cuando menos tres grupos delictivos se pelean territorios en Morelos, incluyendo la Familia Michoacana, Los de Siempre y el CJNG.

Morelos es ya el segundo lugar nacional en tasas de víctimas por homicidio doloso, ¿y adivinen cuál es la entidad que el miércoles otra vez fue primer lugar como la más violenta del País? Es Nuevo León, donde el Gobernador puso como candidata a gobernar la capital del Estado a su esposa. ¡Sólo Dios sabe a qué le llaman “nepotismo” en ese antes ejemplar y pujante Estado vanguardista!

Comprenderán la preocupación de que, a como van las cosas, las “buenas personas” quedarán marginadas de los procesos electorales y se disipará la opción de votar por el  mejor, quedándonos sólo la de votar por el menos peor. ¡Así no se construye un gran país!

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