La relación con Estados Unidos en los próximos seis años será quizá la más complicada desde 1994. Varias áreas de la relación bilateral requerirán que la presidenta Sheinbaum y su equipo ofrezcan soluciones con verdadera imaginación y firmeza. Los retos más inmediatos serán la agenda migratoria y el tráfico de opioides.
En Estados Unidos, ambos temas se han convertido en uno solo: la frontera como problema de seguridad nacional. Sheinbaum tendrá que abordar cada uno por separado. No será fácil.
Estados Unidos se enfrenta a una grave crisis en su frontera, con un notable aumento de los encuentros con inmigrantes y de los cruces fronterizos. El sistema judicial de inmigración estadounidense está desbordado, lidiando con más casos de los que puede manejar: ahora tiene tres millones de casos pendientes, una acumulación que se ha triplicado desde 2017.
Algunos líderes republicanos han utilizado un lenguaje incendiario para describir la situación. Mike Johnson, líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, se ha referido a ella como una “invasión”, un término con graves implicaciones para la seguridad nacional. Trump lo ha descrito como una “emergencia nacional” y ha acusado a la administración Biden de mantener una política de fronteras abiertas. Estas descripciones son engañosas. La situación actual no es ni una invasión ni una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos en el sentido tradicional. La administración Biden no apoya una política de fronteras abiertas. Se trata más bien de una crisis humanitaria que requiere soluciones sistémicas.
Por desgracia, el clima político ha obstaculizado el avance hacia esas soluciones. Recientemente se presentó en el Congreso un proyecto de ley de inmigración bipartidista, con disposiciones que habrían añadido 2,700 agentes a la patrulla fronteriza y al ICE, la policía de inmigración, y asignado miles de millones a la seguridad fronteriza. Este duro proyecto de ley, mucho más duro de lo que muchos esperaban de una administración demócrata, fue rechazado por los republicanos. Su decisión parece haber estado motivada políticamente, con el objetivo de mantener el tema en el primer plano de la mente de los votantes en lugar de abordarlo con una política pública eficaz.
El tráfico de fentanilo en la frontera, por otra parte, sí representa una auténtica emergencia nacional, pero es una cuestión distinta de la inmigración. La crisis del fentanilo se produce principalmente en los puestos de control fronterizos y su solución pasa por la revisión tecnológica de las aduanas, la cooperación internacional para interrumpir la cadena de suministro desde China y la lucha contra los cárteles mexicanos de la droga.
Se trata de dos problemas distintos que habría que abordar por separado. Desgraciadamente, la opinión pública estadounidense parece haber consolidado la idea de que la migración es el origen no sólo de la crisis humanitaria, sino también de otros problemas y riesgos a los que se enfrenta el país. Según una encuesta reciente, el 28% de los estadounidenses identifica la inmigración como el mayor problema del país. El 41% quiere que disminuya la inmigración. No es casualidad que Donald Trump insista en tomar la migración como principal argumento de su campaña. Si gana, promete una máquina de deportaciones que sumiría a la frontera norte de México en una angustia sin precedentes, por no hablar de los millones de familias de origen mexicano que serían sistemáticamente perseguidas.
Si Trump gana, la presión sobre el nuevo gobierno mexicano será enorme. Pero incluso si Biden gana la reelección, el calibre del desafío migratorio y los costos crecientes del tráfico de opioides sintéticos seguirán ocupando un lugar prioritario en la agenda bilateral. La tentación más sencilla será bajar la cabeza y ceder a las exigencias del nuevo gobierno estadounidense. Esa es una solución que no resuelve nada. Sheinbaum tendrá que encontrar la manera de abordar cada una de estas crisis sin caer en la indolencia de su predecesor ni ceder al chantaje del gobierno estadounidense entrante.
Será una partida de ajedrez realmente complicada. Si el nuevo presidente no la juega con sabiduría y prudencia, millones de mexicanos sufrirán, en México y en Estados Unidos.
X: @LeonKrauze