La política es un juego de apuestas. Cuando Joe Biden decidió romper con los precedentes y retar a Donald Trump a un debate a finales de junio -mucho antes de la fecha tradicional, en septiembre y octubre- lo hizo apostando a que lograría contrarrestar la caricatura que lo ha pintado como un anciano incapaz de hilar dos oraciones. También apostó a que una actuación elocuente y clara en el debate serviría para marcar un contraste con Donald Trump, que acaba de ser encontrado culpable de 34 cargos en Nueva York, y establecer así la narrativa rumbo al verano y las convenciones de los partidos.
Para desgracia del presidente de Estados Unidos, lo que consiguió fue exactamente lo contrario. Antes que serenar las preocupaciones por su edad, las amplificó. Antes que establecer una narrativa favorable para el siguiente par de meses, generó dudas.
El único consuelo para los demócratas es que las expectativas alrededor de la elocuencia de Biden eran ya tan bajas -cortesía de la insistencia de Trump en la senilidad de su rival- que es posible que el daño en las encuestas no sea tan severo. Aun así, la apuesta no podría haber salido peor.
Ahora, el partido demócrata enfrenta una pregunta que parecía impensable: ¿es posible reemplazar a Biden como candidato presidencial?
Formalmente, la respuesta es sí. Aunque Biden ha ganado las elecciones primarias, el proceso para formalizar una candidatura se realiza en la convención de agosto. Si Biden decide retirarse voluntariamente, encontrar un sustituto en la convención sería complicado, pero posible.
Pero el camino es un laberinto lleno de riesgos. Primero que nada, no está claro que Biden tenga intención de retirarse. En los días posteriores al debate, los reportes sobre la reacción del círculo cercano al presidente hablan más bien de redoblar esfuerzos antes que pensar en una claudicación. Si Biden no se retira voluntariamente, es muy improbable que alguien decida desafiar a un presidente en funciones dado el riesgo de generar una fractura que remita a la debacle de 1968 para el partido demócrata.
Incluso si Biden decida retirarse, la coyuntura abriría nuevas interrogantes y dificultades. El partido tendría que encontrar lo más rápido posible un candidato de consenso para evitar transmitir esa fragmentación que solo beneficiaría a Trump y los republicanos. ¿Quién sería esa persona? Los demócratas tienen banca de sobra. Hay por lo menos cinco gobernadores que podrían tomar la batuta. Pero el sucesor natural no es ninguno de ellos. Tradicionalmente, la siguiente en la línea debería ser la vicepresidenta Kamala Harris. El problema es que Harris no es una figura potente y no hay una sola encuesta que la identifique como una rival de respeto para Trump. La complicación para el partido demócrata es que quitarle la candidatura a Harris también implica graves riesgos. ¿Cómo justificar negarle la oportunidad de buscar la presidencia a la primera mujer de color en ocupar la vicepresidencia? A menos de que la propia Harris aceptara retirarse también, asunto improbable, el partido correría el riesgo de perder buena parte del voto afroamericano si opta por maltratarla.
Pero incluso si se alinean las estrellas y los demócratas emergen de su convención de agosto con un candidato nuevo de consenso, el camino será cuesta arriba. La principal razón por la que Biden no ha querido retirarse en el último par de años y nadie se lo ha insistido realmente es una variable fundamental de la política electoral: el reconocimiento. Las elecciones se deciden en gran medida por el grado de conocimiento que tiene una figura en el electorado. La gente vota por quien conoce. Donald Trump es quizá el hombre más famoso de Estados Unidos, o al menos uno de los más reconocibles. El partido demócrata eligió a Biden en el 2020 en gran medida porque era una figura lo suficientemente conocida como para generar interés de inmediato. Si no es Biden en el 2024, el partido no tiene una figura semejante ni tiempo para crearla, ¿qué caso tiene elegir a un nuevo candidato si al día de la elección lo conocerá un porcentaje insuficiente de los votantes estadounidenses? Por eso hay quien suspira por Michelle Obama, que sería una gran candidata, pero no tiene el menor interés en la política.
Ese es el laberinto quizá innavegable del partido demócrata. En la elección más importante de la historia moderna de Estados Unidos, y quizá del mundo, no tiene buenas opciones. Es su desgracia, pero también la de muchos de nosotros, aunque hay quien no quiera verlo con claridad.
@LeonKrauze