Salvo los interregnos de anarquía y guerra civil, los mexicanos hemos vivido a la sombra de gobiernos alternativamente despóticos o paternales, pero siempre fuertes”. 

Octavio Paz, “El ogro filantrópico”, 1978

 

No sorprende que Suiza sea el país de la OCDE con mayor confianza en su gobierno, 61.9 %. Este país pequeño y de abrupta orografía ha construido una gran prosperidad sin recursos naturales. Su sistema de gobierno altamente descentralizado se ajusta al espíritu independiente de los suizos.

Luxemburgo ocupa el segundo lugar con 55.6 %. Es un país de apenas 672 mil habitantes, pero el más rico de Europa. El gran duque Enrique preside el Estado, el gobierno lo maneja un primer ministro con un parlamento electo democráticamente.

La gran sorpresa es el tercer lugar, México, donde un 53.6 % de los habitantes expresa confianza alta o moderadamente alta a su gobierno. Ya el presidente López Obrador presumió el resultado en la mañanera del 9 de julio: “El nivel de México se encuentra solo debajo de Suiza y de Luxemburgo. ¡Estamos bien!”.

Los mexicanos siempre han mostrado una actitud favorable a los presidentes y los gobiernos en turno. La gran excepción ha sido Enrique Peña Nieto, pero todos los demás han concluido sus sexenios con altas cifras de aprobación.

López Obrador ha logrado una cercanía especial con “el pueblo” por medio de las mañaneras. Con él “la gente entiende cómo funciona el gobierno, el presidente es un gran traductor”, me dice en una entrevista en radio Eduardo Bohórquez, director ejecutivo de Transparencia Mexicana. “Si tienes un gran traductor, tienes confianza, sientes que estás participando. Te identificas con el discurso y te traduce la función gubernamental”.

Otra razón de la popularidad de AMLO es la añoranza de muchos mexicanos por los “viejos tiempos” del PRI. La sociedad mexicana ha sido escéptica de la democracia y sus contrapesos. Es un caso similar al de Rusia, que sufrió incertidumbre cuando dejó atrás la era soviética y optó por un nuevo dictador, Vladimir Putin, cuando tuvo oportunidad. Así, los mexicanos han encontrado en López Obrador un gobernante fuerte, como Luis Echeverría, José López Portillo o Carlos Salinas, que les da más confianza.

El mexicano añora “el rey sacerdote azteca, el virrey, el dictador, el señor presidente” escribió Octavio Paz en su ensayo “El ogro filantrópico” de 1978. “Los liberales trataron de limar las garras del Estado heredado de la Nueva España”, “burocracia y ejército”, porque “querían una sociedad fuerte y un Estado débil. Tentativa ejemplar que pronto fracasó: Porfirio Díaz invirtió los términos e hizo de México una sociedad débil dominada por un Estado fuerte”.

Después de la turbulencia de la revolución, Plutarco Elías Calles restableció el Estado fuerte al crear un partido que dominaría la vida política a través de una serie de presidentes con poderes absolutos, pero sin posibilidad de reelegirse. De esta manera surgió el ogro filantrópico, el gobierno fuerte, incluso autoritario, que se ganaba la buena voluntad del pueblo a través de sus dádivas.

“La modernización de México, iniciada a fines del siglo XVIII por los virreyes de Carlos III, sigue siendo un proyecto realizado solo a medias y que afecta solo a la superficie de las conciencias”, sentenció Paz en 1978. La nostalgia por un pasado autoritario ha regresado hoy a México después de un breve período de apertura. La libertad atemoriza a millones, que prefieren un gobernante poderoso, sin contrapesos, pero que se muestre filantrópico al repartir recursos del Estado. 

 

Tesis

 

La tesis de jurisprudencia 70/98 de la Suprema Corte le dio la razón al PRD de AMLO y estableció que la interpretación de los límites de sobrerrepresentación electoral no debía limitarse al “texto literal” sino “a los fines y objetivos que se persiguen con el principio de representación proporcional y al valor de pluralismo político que tutela”. Olga Sánchez Cordero fue la ministra ponente en 1998 y la tesis se aprobó por unanimidad. Hoy prefieren olvidarla. 

 

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