En el  parque Hidalgo, en Pachuca, se oculta una de las leyendas más entrañables y misteriosas de la región. Esta es la historia de Francisquito, el niño que, según cuentan, vive atrapado en un árbol y que aparece durante las noches de luna llena.

México es un país rebosante de leyendas y tradiciones. Desde las metrópolis hasta los rincones más remotos, cada lugar tiene historias que buscan explicar fenómenos naturales, monumentos, nombres de calles e incluso el origen de ciertos platillos. Esta riqueza oral forma parte integral de nuestra cultura, una herencia de nuestros antepasados que nos enseñaron que detrás de cada figura imaginaria o concepto, hay una historia vibrante y apasionante. Los mexicanos, amantes de los relatos, especialmente los de terror, perpetuamos esta tradición oral, añadiendo siempre un toque personal a narraciones y mitos tan antiguos como los árboles mismos.

La leyenda de Francisquito surge en este contexto, en el idílico parque Hidalgo, donde un frondoso y peculiar pirul se alza detrás de unas rejas. Se dice que este árbol guarda en su interior los corazones de dos niños, quienes salen a pasear durante las noches de luna llena.

Hace muchos años, vivía en la región un pequeño niño de seis años llamado Francisco, quien asistía a la escuela primaria. Un día, su maestro les pidió a los estudiantes que plantaran y cuidaran un árbol. Francisco eligió un pequeño pirul, al que cariñosamente llamó “Pirulito”, y lo plantó en el Parque Hidalgo, dedicándose a cuidarlo con esmero.

La relación entre el niño y el árbol se hizo muy estrecha. Cada día, Francisquito conversaba con Pirulito, compartiéndole sus experiencias. Un día, al regresar de la escuela, Francisquito encontró a Pirulito triste, con lágrimas alrededor, pues alguien había arrancado una de sus ramas. El niño, conmovido, decidió cuidar aún más de su árbol.

Poco tiempo después, Francisquito y su pequeña hermana recibieron una trágica noticia: sus padres habían fallecido. Sin otros familiares que los cuidaran, las autoridades planeaban separarlos y enviarlos a un orfanato. Desesperado, Francisquito llevó a su hermana al árbol y compartió la triste noticia con Pirulito. El árbol, en un acto de amor, les ofreció refugio bajo sus ramas. Al amanecer, los niños ya no estaban; se habían unido al árbol, formando un lazo eterno.

Hoy, se dice que, durante las noches de luna llena, los niños salen del árbol para jugar en el Parque Hidalgo, con Pirulito como parte fundamental de sus aventuras. Esta leyenda no sólo embellece la rica tradición oral de Pachuca, sino que también recuerda la poderosa conexión entre el amor, la naturaleza y la magia que envuelve nuestras historias más queridas.

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