XVII domingo del tiempo ordinario

Jesús está enseñando a la multitud las verdades importantes para vivir. Y es ahí que le pregunta a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?” Le respuesta de Felipe: “Ni doscientos denarios bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan”. Efectivamente, los cálculos humanos, por sí solos, siempre serán insuficientes para dar respuesta a las necesidades humanas.

La pregunta sigue vigente. Ante tantas necesidades, siendo una de ellas la pobreza extrema, que ha aumentado en México y en el mundo, Dios nos sigue preguntado: ¿cómo le daremos de comer a todos estos?, ¿cómo hacemos para que la inequidad no siga lacerando a tantas personas en el mundo? La respuesta no está en Dios, porque Él ya respondió desde la creación y a diario es generoso con todos. La respuesta está en la capacidad que tengamos para imitar al joven del evangelio. Andrés dijo: “Aquí hay un joven que trae cinco panes de cebada y dos pescados”. Y ese muchacho no guardó lo que tenía, lo puso en manos de Jesús, para que Él lo pudiera distribuir.

Si no guardáramos nuestras riquezas, nuestras capacidades, los talentos con que Dios nos ha bendecido, ¿habría igual de necesidades en el mundo? El hambre mata más personas que el sida. En México millones de niños van con hambre a la escuela.

Jesús puede y debe multiplicar los panes. Lo hace todos los días, pero luego algunos los guardamos y los tiramos. El problema del hambre no está en Dios, sino en que el egoísmo humano no permite a muchos voltear a ver al hermano. El mundo enfrenta muchas necesidades, porque “todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil” (Francisco, EG 52). “Se ven a menudo manifestaciones de egoísmo y ostentación desconcertantes y escandalosas” (Sollicitudo Rei Socialis, 14).

La solución a la miseria humana no está en los programas asistencialistas, pues eso sólo crea más pobreza, hace crecer la cultura del paternalismo. Los programas asistencialistas valen para casos concretos, pero no pueden adoptase como solución social.

La solución debe ser algo más profundo que transforme el interior: el joven del evangelio no sólo traía panes y pescados, sino que Él estaba dispuesto a compartir. Igual pasa con Eliseo, quien recibe las primicias, y él, en vez de guardarlas para sí mismo, pide que las repartan a la gente (Cfr. 2 Re. 4, 42). Esto marca la gran diferencia. No olvidemos: la generosidad es la virtud de las almas grandes.  

Si pensamos, por ejemplo, en los empresarios, existen unos ambiciosos que su afán es acaparar y tener más y más, sus empresas se convierten en sistemas de explotación. Pero igual, hay quienes, con gran responsabilidad, hacen de su empresa no solo un medio de empleo que da sustento a más y más familias, sino que además se preocupan por hacer de sus empresas un espacio de crecimiento humano, en bien de sus trabajadores.

El joven del Evangelio y el profeta Eliseo podrían egoístamente asegurarse a sí mismos y olvidarse de los demás, pero no fue así. Este es uno de los puntos difíciles de vencer en el mundo. Por eso, ante el desprendimiento de aquel joven, Jesús hace la indicación: “Díganle a la gente que se siente”. Comió toda la gente y todavía recogieron las sobras. “Quien es esclavo de los bienes materiales, los guarda como esclavo; pero el que sacude el yugo de la esclavitud, los comparte como todo un señor” (S. Jerónimo). 

Señor, Tú eres nuestro alimento y dado que tu providencia es infinita, ayúdanos a entender que, desde lo poco, podemos colaborar para que la vida sea mejor para muchos.

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