Una persona de piel morena oscura tiene en México 57.6 % menos posibilidades de llegar a la universidad y 50 % menos posibilidades de ser rica que una persona de piel blanca. Así, con cifras y una buena cantidad de vergonzosos ejemplos de nuestra historia política reciente, donde figura en lugar destacado el exconsejero presidente del INE Lorenzo Córdoba Vianello y sus mofas a representantes de pueblos indígenas, Federico Navarrete teje una denuncia poderosa en contra del racismo y la desigualdad.
Ésta se refleja de forma dramática en la necropolítica: “la facilidad e impunidad con que muchas mexicanas y muchos mexicanos son asesinados, desaparecidos, torturados y secuestrados significa que el derecho a la vida, y los demás derechos humanos más elementales, no son repartidos de igual manera entre los ciudadanos.”
Publicado originalmente en 2016, condensa la indignación por la masacre de Ayotzinapa y el descontento ascendente del último gobierno priista, a la vez que permite comprender la irrupción de Morena (imposible un mejor nombre para el movimiento) como reivindicador de buena parte de esa masa discriminada e invisible. A punto de finalizar este primer sexenio, que ofrecía entre otras cosas castigo a los culpables de esa icónica matanza, arrastramos aún este atavismo sin que se vea un cambio de fondo en las estructuras de poder: “Esta es precisamente la clave de la relación entre el racismo mexicano y la violencia: la invisibilidad de las incontables víctimas en la muerte es la trágica consecuencia de la discriminación que las hizo invisibles en vida. Ambas son producto de la exclusión que padecen amplios sectores de la sociedad mexicana en los más diversos escenarios de nuestra vida pública y social”.
¿Qué hacer? El racismo es multifacético y se halla diseminado a lo largo y ancho de la sociedad, reforzado por mitologías como la de la raza mestiza, propagadas durante décadas por el gobierno de un solo partido y sus intelectuales. Navarrete propone rechazar este modelo: “una fantasía narcisista de las élites que sirve para cimentar su propia posición de privilegio en la sociedad nacional. A partir de ella construyen una visión parcial de nuestro pasado, una concepción racista de nuestro presente y dibujan un futuro imposible que sólo ellas conocen”.
Otro aspecto consiste en hacer visibles a los invisibles, romper la “cadena de prejuicios y de exclusión”, en todos los ámbitos posibles: “La visibilidad de los grupos excluidos hará también más visible, y más inaceptable, la desigualdad que los separa de las élites.” Pugnar también por “el deseo de que cada vida importe, sin importar el color de la piel ni el origen económico, ni el género, ni la preferencia sexual, ni la identidad étnica; de que cada una de las víctimas de la violencia… merezcan tener un nombre y encuentre un mínimo de justicia. Es la demanda de que el Estado mexicano cumpla por fin con sus obligaciones más elementales con sus ciudadanos, que deje de ser una máquina de producir desigualdad y de repartir violencia y muerte. Es la reclamación para que salgamos por fin de este régimen de necropolítica que ha secuestrado nuestras regiones y nuestras ciudades, nuestra vida política y social.”
Amén.
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