A tres meses exactos de la elección presidencial en Estados Unidos, la moneda está en el aire. Después de semanas en las que el rumbo de la historia parecía alinearse a su favor, Donald Trump hila varios días cometiendo errores. La semana pasada se presentó en un foro organizado por la respetada asociación de periodistas negros y cuestionó la identidad racial de Harris. Lo hizo, además, con gran torpeza verbal. Trump probablemente intentaba minar el creciente respaldo de Harris entre la comunidad afroamericana (que había dejado de apoyar a Biden), pero la manera de hacerlo no tiene pies ni cabeza. Dudar de la identidad racial de Harris es indefendible.
Lo mismo sucedió a finales de la semana en un mitin en Georgia, estado indispensable para Trump. Ahí, Trump atacó al gobernador republicano Brian Kemp, que es respetado y popular. “Es una mala persona. Es desleal”, dijo Trump, para luego insistir en la patraña de su supuesto triunfo en Georgia en el 2020 y acusar a Kemp de deslealtad (Trump perdió en Georgia, donde presionó a Kemp y a Brad Raffensperger, secretario de Estado estatal, para que le encontraran votos y poder revertir el resultado democrático). Atacar a Kemp en Atlanta es una mala estrategia.
Trump cerró con broche de oro en ese mitin atacando a Bruce Springsteen, quizá la figura más icónica de la música estadounidense y enormemente popular en Pensilvania, otro estado indispensable para Trump. “En realidad no me gusta (Springsteen)”, dijo Trump. “Tengo un mal rasgo: solo me gusta la gente que me quiere”. Atacar a Bruce Springsteen podría parecer un asunto menor. Dado quién es Springsteen y su influencia con un demográfico crucial, es más bien lo contrario. El productor de televisión y experiodista David Simon lo explica mejor: “Trump acaba de restarse los votos de 5 mil hombres blancos de los suburbios de Filadelfia y Pittsburgh, de esos que escuchan Born In The USA como himno patriótico”.
La campaña demócrata atraviesa por una dinámica muy distinta. A unas horas de dar a conocer a su compañero de fórmula, Kamala Harris ha sumado a su equipo a las figuras más relevantes de las dos exitosas campañas de Barack Obama. Con un par de excepciones, el equipo que llevó a Obama al triunfo en 2008 y 2012 ahora trabaja para Harris. La vicepresidente ha sido inteligente y disciplinada. Y ha sido valiente. Cuando Trump amenazó con cancelar el debate presidencial de septiembre, Harris lo retó directamente, mirando a la cámara (Trump dijo después que finalmente sí debatiría, pero en Fox News y con público; Harris insiste en que estará en la hora acordada previamente).
Las encuestas ya registran este cambio en la marea. Por primera vez en meses, la candidata demócrata encabeza las encuestas nacionales (Biden nunca pudo quitarle la ventaja a Trump) Varios factores lo explican. Harris ha mejorado notablemente con los votantes afroamericanos, sobre todo con las mujeres, que son fundamentales en la coalición demócrata. Su apoyo entre los más jóvenes también ha aumentado. El entusiasmo de la base electoral demócrata le ha dado a Harris cifras récord en recaudación de fondos de campaña, asunto crucial en los 90 días que restan rumbo al primer martes de noviembre. La dinámica le ha dado a Harris una ventaja sobre Trump en los tres estados clave del llamado cinturón del óxido: Michigan, Wisconsin y Pensilvania. Si gana esos tres estados, ganará la elección.
A tres meses, y aunque nada está escrito, Donald Trump es, todavía y por muy poco, el favorito. Pero la inercia de la elección está del lado de los demócratas. Harris sigue necesitando una campaña perfecta. El reloj corre.
@LeonKrauze