La soledad, junto con el estrés y la obesidad, es una de las epidemias más graves del siglo XXI. O lo que es peor: una pandemia, al margen de la que ya vivimos debido al COVID-19. La soledad tiene tantas caras como rostros tienen los seres humanos. Es terreno de encuentro con nosotros mismos. Es la cárcel vital impuesta por la necesidad de compañía no satisfecha.

La soledad también forma parte de la vida. Pero hay una soledad indeseada que hace sufrir. Una particular sensibilidad ante esta soledad se está generando en nuestros días, es necesario afrontarla y comprenderla. Tiene sus pros y los contras de sentirla y vivirla, sus mitos y leyendas y también sobre una realidad que asola y aflige a millones de personas.

La soledad forma parte del ser humano, y, algo se humaniza cuando se comprende: la soledad no está bien vista porque no está entendida. Saber afrontarla y comprenderla es, por tanto, humanizarla.

El miedo a la soledad nace de la experiencia de saber lo que significa estar en compañía. Somos seres sociales y estar con los demás es una necesidad, pero debemos aprender primero a estar con nosotros mismos. Hay que recordar que existe una soledad buscada que es necesaria, para crecer personalmente, para relajarse, para sentir que somos dueños de nosotros mismos. Hemos oído muchas veces eso de “más vale solo que mal acompañado”, pero cuando nos quedamos solos y echamos en falta estar bien acompañados, nace la soledad dolorosa, producto de no saber estar con nosotros mismos.

La soledad es un tema capital para el ser humano y para aquellos que han intentado aproximarse a ella. Parece que entre los filósofos e intelectuales tampoco hay consenso, desde el Génesis, que, al narrar la creación del hombre, expresó que no era bueno que este estuviera solo, a Aristóteles, que aseguró que el hombre era social por naturaleza, pasando por Schopenhauer, que entendía la vida en soledad como una suerte para los grandes espíritus.

El aislamiento se caracteriza por la falta de relaciones interpersonales duraderas mientras que los sentimientos de soledad son subjetivos y están compuestos por la manera como una persona percibe, experimenta y evalúa su propio aislamiento social y la falta de comunicación con los demás añaden que el tipo de red social del individuo indica su nivel de aislamiento social, que puede ser medido a partir del tamaño y por la densidad de la red social, o sea, por la cantidad de personas que la componen y por el grado de interrelación de sus miembros. Además, también se puede medir el aislamiento social a partir de la accesibilidad y de la reciprocidad de las relaciones. Así, lo opuesto al aislamiento social sería la participación social, y lo opuesto a la soledad sería el sentimiento de pertenencia o de estar integrado socialmente.

En los casos en que el aislamiento social es impuesto desde el exterior, obligando a la persona a vivir/estar sola en contra de sus deseos; pero cuando el aislamiento social es algo voluntario no se manifiesta un sentimiento de soledad. La relación entre soledad, aislamiento social y exclusión social es una relación dinámica,

La condición objetiva de estar socialmente aislado no se relaciona con que el sujeto se sienta realmente solo; hay personas que se sienten solas, aunque no estén socialmente aisladas. Hay quienes, aunque cuenten con una red social reducida se sienten suficientemente integrados, mientras que otras personas con redes sociales del mismo tamaño pueden sentirse solas. Por lo tanto, tener sentimiento de soledad ni es sinónimo de estar solo ni va siempre unido a estar solo, pero tampoco el hecho de estar acompañado garantiza una protección contra la soledad, resulta más difícil asumir y comprender el sentimiento de soledad en aquellas personas que están acompañadas justamente porque parece, tanto para quien se siente solo como para los demás a su alrededor, que no hay una causa real que justifique dicho sentimiento. 

La soledad de los niños es grave, y más ahora que buscan refugio en el mundo virtual. Un niño (a) y un adolescente necesitan un grupo al que pertenecer. Si no lo tienen, se aíslan y ese aislamiento provoca mucho dolor.

Quien siente la soledad, tendría que analizar por qué la siente y cuál es la causa. Siempre hay una causa para soledad: una pérdida, un rechazo, unas relaciones no satisfactorias. Estar solo no es algo tan terrible, es una oportunidad para conocerse mejor y abrirse a otros. Abrirse a los demás es una experiencia muy sanadora y humanizadora.

¡Por la Construcción de una Cultura de Paz!

manuelramos28@gmail.com

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