Gente querida: he visto en esta vida cantidad de hechos que, por ser injusticias, claman al cielo. La viuda, el anciano, el huérfano, han sido exaltados en la literatura, como las realidades que son débiles eslabones de esta cadena social que es la vida. También hay hechos injustos que nos arrebatan el coraje y nos obligan a preguntar si hay algo o alguien superior que nos responda. Pero es en este caminar por colegios profesionales, universidades, medios de comunicación y grupos ciudadanos, que dando charlas por años sobre las realidades locales y lo que podemos hacer para cambiar este canijo mundo injusto, que he notado que hay mucha sensibilidad hacia el drama que viven los menores. Sí, a pesar de que ahora a los jóvenes parecen importarle más las mascotas que los humanos.

En este México nuestro y en este León, muchos chiquillos sufren por omisión y comisión de nosotros los adultos. Guanajuato no está mejor que otros estados en cuanto al cuidado, a la protección de los menores. Somos ni más, ni menos, otro espejo de la realidad nacional, en donde ni el gobierno, ni las empresas, ni la sociedad, hemos hecho algo suficiente para paliar la deuda histórica que tenemos con los párvulos a quienes les debemos su felicidad y restitución de sus derechos. Pasé la vida junto a muchos de ellos. Vulnerables todos y parte de ellos, en orfandad legal o real y aprendí que la orfandad no está dada por una declaratoria legal, sino por el despojo existencial de la red de apoyos que los adultos les negamos; desde el abandono, el abuso, la violencia o el desprecio. Esos menores así violentados, son muchos de los que en el futuro entran a las puertas falsas de la delincuencia.

Soy padre adoptivo y padrino de muchos de estos chiquillos y con este derecho que tengo y pocos tienen, es que escribí el libro que, con el ánimo de organismos de infancia, pronto publicaré, pues honro las vidas de cantidad de menores que sobrevivieron a todas las penurias, abandonos y violencias institucionales de que son objetos en el cruel sistema de adopciones, que viola sus derechos básicos, como el que decidan en cuál casa hogar quieren pasar sus días. Han sido más de tres décadas en este caminar, el que me llevó a identificar los factores que dan el fracaso o el éxito a los menores que rebasan los 12 años y que en México son objeto de violación de sus derechos básicos hacia una vida feliz.

La Ley General de NNA que tiene el País y la de Guanajuato, fueron diseñadas sin la participación de menores o de familias adoptivas o especialistas cercanos a la realidad de la orfandad; solo por abogados que no son padres adoptivos. El amor no siempre pasa por las leyes; al contrario, generalmente las rompe. He encontrado que entre los factores de fracaso en los casos analizados de mayores de 12 años, siempre estuvo la ausencia de redes de apoyo externas, en el periodo de la adolescencia, en las crisis psicológicas o psiquiátricas y que, en todos los casos estudiados, no fueron consultados los menores en orfandad, sobre la casa hogar donde quisieran vivir y con la falta de un testigo social o de un visitador de alguna comisión de derechos humanos, que atestiguara la violación de su derecho a opinar y a decidir.

Hay hechos complicadísimos en la orfandad, que ni los funcionarios conocen: las crisis nocturnas, los periodos de enfermedad, el daño y laceraciones a su propio cuerpo, los periodos de soledad y depresión. Sería terrible que la sociedad los viera. Es todo posible ya, gracias a las benditas redes sociales, atestiguar y transmitir incluso, los actos en que la autoridad decide sobre la vida de un menor y en especial, de un huérfano. Sería durísimo, dramático, un hecho que pocos adultos podrían resistir ver, el acto en el cual la autoridad le notifica a un menor de más de 12 años, que el DIF o la Procuraduría han decidido trasladarlo contra su voluntad a otro orfanato. Sería estremecedor, tanto como los gritos del huérfano ante el abandono de sus progenitores. Ese clamor, esas lágrimas, son desgarradores. Desprender a un huérfano de lo poco que tiene, como su escuela, sus cuidadores, sus compañeros, contra su voluntad, al trasladarlo, es una de las escenas que la sociedad no podría soportar. Y existen, cerca de nosotros. 

RAA

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