Dado que el tiempo es corto y las horas son prestadas, el perdón y el agradecimiento no deberían tener postergación. De hacerlo así, correría el riesgo de partir como un ladrón con cosas que, aunque inmateriales no me pertenecen, son de alguien más, y aunque son simplemente palabras, tienen el peso del mundo y la valía de un corazón. Hay personas que presuponen merecer todo, que van por ahí con la soberbia bien puesta como una segunda piel o un traje hecho a la medida, que han perdido la capacidad de reconocer a los demás, caminan ciegos envueltos en sus mentiras, creen que de agradecer o demostrar arrepentimiento perderían, y así, dejan pasar los días como si la vida les perteneciera.
Yo, soy conocedorade mi fragilidad, sé la importancia de los días y lo corto del viaje, y aunque ya lo he hecho en varias ocasiones, hoy tomo este escenario para expresarlo una vez más, porque estoy consciente que nunca será suficiente, y nuevamente te digo: Gracias, muchas gracias.
Te agradezco, porque sé que los lazos no obligan ni comprometen, como pudiéramos pensar, no dan una seguridad, tristemente son falibles. Los he visto romperse como ligas de colores, reventarse como burbujas tornasoladas. Desgraciadamente, también he vivido la amnesia de la sangre que es más fuerte que la del pensamiento. He experimentado el olvido del vientre que nos resguardó dándonos cobijo, y sentido el desconocimiento y recelo de unos ojos que no quieren mirar. Sería imposible pedirte que recuerdes, porque estas memorias pertenecen a nuestros sentidos, pero has de saber, que mientras se formaban nuestros pies diminutos, brazos, nuestra cara, ojos, oídos y demás, primero que nada, se había formado previamente un corazón que latía acompasado por el suyo, mismo que escuchamos de uno por uno siguiendo nuestro turno, como si oyéramos al mar retumbando en la arena, diciendo en su cadencia interminable; aquí estoy, voy contigo, no temas, pronto nos veremos, y así, sin detenerse, una y otra vez. Pero, afortunadamente, tú no olvidaste el mar.
Gracias porque tendiste tu mano y no seguiste caminando fingiendo no mirar, por la empatía que tienes a flor de piel, y porque contigo se demuestra que el mundo con personas como tú, se convierte en un lugar bueno y habitable. Gracias porque compruebo lo grande que una persona puede ser cuando escucha y actúa con generosidad y nobleza, cuando sigue sus valores que lo humanizan, esos que afianzan en la congruencia y te conceden paz.
Sé que el salir de sí mismo implica mirar al otro, escapando del egoísmo que solo sabe ver para sí, y al hacerlo, contempla su deterioro. Por eso, cubren los espejos, para detener, olvidar y no observar el espectro siniestro en el que se han convertido, que solamente alimenta sus entrañas y avaricia con voracidad, olvidando lo demás. Pero tú, no has olvidado el mar.
Cada día corre mi minutero, lo escucho en mis silencios, sin necesitar mí permiso, gira la rueda de mi vida, pasan días y noches, transcurren los meses y las estaciones, bajan y suben las mareas, recorre su órbita mi planeta. Pero perduran los recuerdos, a ti, te he escuchado extenderlos dándoles forma con tus palabras. Tras bambalinas, oí sus risas compartidas, observando esa amistad que se resistió a morir, y me he alegrado de la misma e idéntica forma que ustedes. Ese sonido, de cientos de cascabeles, me ha habitado por días enteros, como un bullicio que viajara por mi sangre caminando conmigo.
Hay tantas cosas que quisiera decirte, pero me sería difícil enumerarlas todas, lo que sé es que no estoy dispuesta a postergar un solo minuto más. Porque tienes el sonido del mar en tu sangre, estas palabras son sólo para ti, por esta, y mil razones más, te digo: Gracias; desde el fondo de nuestros corazones, gracias, en verdad, mil, mil gracias.