Hoy, 15 de septiembre, recordemos las etapas constructivas de México. Que sean nuestra inspiración.
.–¿Y las leyes?
-¿Cuáles leyes, Fulgor? La ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros.
Juan Rulfo, Pedro Páramo
Hoy 15 de septiembre, el régimen insistirá en que se le identifique con tres movimientos gloriosos de nuestra historia: la Independencia, la Reforma y la Revolución. Pretensión vana, demagógica e insostenible. Morelos, Juárez y Madero defendieron la supremacía de las leyes y las instituciones, vivieron y murieron defendiéndolas. A este régimen, en cambio, “no hay que salirle con que la ley es la ley”. Ha desgarrado absolutamente todo el entramado legal e institucional acumulado en dos siglos.
Frente a la visión personalista, guerrera e incendiaria de la historia, nuestro maestro Luis González y González (que el próximo 11 de octubre cumpliría 99 años de edad) oponía una visión edificante en la cual los episodios de violencia son menos trascendentes que los períodos de construcción institucional.
El México independiente quiso construir. A pesar de las dictaduras y los malos gobiernos; de las guerras civiles y las asonadas militares; de la guerra injusta y el despojo territorial que nos impuso Estados Unidos; y a pesar de nuestro retraso, postración y pobreza, se comenzaron a construir instituciones como el Banco de Avío, a expedir leyes de vigencia permanente (las Constituciones de 1824, 1842, 1854, el Juicio de Amparo, las garantías individuales), a propiciar obras, grupos, creaciones culturales como el Museo Nacional, el Liceo Hidalgo, el Diccionario Histórico Biográfico. Destaco dos hombres de leyes: Manuel Crescencio Rejón y Mariano Otero.
La era liberal construyó también. Entre 1867 y 1876, Juárez, Lerdo y su luminosa generación pusieron en práctica la Constitución de 1857 (una Suprema Corte impecable, un Senado vigilante, una prensa libérrima) y crearon instituciones como la Escuela Nacional Preparatoria. Porfirio Díaz cerró el experimento democrático. La ley se volvió letra muerta. No obstante, dejó una obra perdurable en lo material (18,000 km de ferrocarriles, puertos, edificios públicos), avances en medicina pública e instituciones educativas como la Universidad Nacional. Su perpetuación en el poder opacó su legado.
Madero quiso recobrar el orden constitucional. Al triunfar en 1911 (por las urnas, más que por las balas) presidió un gobierno ejemplarmente democrático, federal, con división de poderes y libertades plenas. En su breve presidencia se creó la Casa del Obrero Mundial, se analizaron proyectos agrarios, se avanzó en la legislación de los recursos naturales.
El impulso constructivo se retomó con la Constitución de 1917 (la primera de carácter social), continuó en 1921 con la aurora educativa y cultural de Vasconcelos. La fundación del PNR por Calles -y su consolidación con Cárdenas- tuvo ese sentido. El esfuerzo mayor lo desplegó la “Generación de 1915”: el banco central, instituciones y campañas de salud, instituciones de educación en todo nivel, estaciones de radio y TV, periódicos, editoriales, revistas, institutos de investigación, museos, partidos.
El espíritu fundacional duró tres décadas. Tras el crimen de Tlatelolco, el Estado debió replegarse y fortalecer a la sociedad y la ciudadanía, pero optó por lo contrario. Siguió un período confuso de autoritarismo y quiebra económica. En los ochenta, una nueva generación abrazó los valores de la libertad. El gobierno de Salinas abrió la economía. Y aunque 1994 fue sangriento, la voluntad de cambio pacífico era incontenible. El presidente Zedillo la reconoció: creó una Corte independiente, renunció al “dedazo”. Con el concurso de partidos y ciudadanos, se logró el tránsito ordenado de México a la democracia.
Parecía el inicio de una nueva y definitiva etapa constructiva. Los tres sexenios de la transición (2000-2018) debieron consolidar la marcha simultánea de México hacia la libertad política, la prosperidad material y la justicia social. Por motivos diversos, no supieron, no pudieron, no quisieron. Y así llegamos al gobierno actual.
El régimen de la “transformación” no ha transformado nada. Ha destruido el Estado de derecho. Ha entronizado el caudillismo y desprotegido al ciudadano. Ha alentado la polarización y la intolerancia. Ha atado la necesaria justicia distributiva a la obediencia política. Ha cerrado el paso a la libertad y al progreso económico.
¿Cuándo llegará la reconstrucción? Solo sé que las etapas no “llegan”. Con esfuerzo, inteligencia y, sobre todo, con valentía, se conquistan.
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