No, mentiría si dijera que siempre fue igual, hubo momentos, situaciones que la vida me impuso en las que me quedé quieta sin tomar resolución alguna, inmóvil como una esfinge maniatada, silenciosa. Incómoda, eso sí, observaba. Luego, con las horas, llegaba la respuesta anhelada, y me culpaba de no haberla tenido a flor de labios, lamentando que fuera a destiempo y tarde para replicar.
A veces, no es fácil mirar ni detenerse, es difícil la modificación del pensamiento, más aprendí a aceptar la caducidad de mis propias teorías, y desde entonces avanzo, voy ensayo-error descubriendo los rostros enmascarados. Cierto, no negaré que he intentado seguir en la comodidad de lo sabido, fingir que el tiempo no ha transcurrido, todo siguiera igual, y yo fuera la misma.
En estas pausas de lucidez, he dilucidado porque aceptaba ciertas actitudes, y contemplaba silenciosa como si diera crédito sin palabras. Aunque dentro de mí se gestaba y crecía la inconformidad, aumentaba como el magma candente de un volcán acumulando su fuego. ¿Cómo, aun así, podía contener mis palabras, almacenadas en una caja de marfil?
Ahora, ya no me es posible guardar silencio, cerrar los ojos y tratar de no ver para que las cosas continúen iguales para tu complacencia, pues estaría en una confrontación, en una discrepancia conmigo misma.
Algunos le llaman madurez o crecimiento humano, para mí, son las semillas que germinaron en mi corazón y se atrevieron a crecer. ¿Tiene un costo el cambio? sí, a mí, me han pasado la factura tus ojos de pedernal, que no comprenden qué sucedió conmigo, (a decir verdad, no me importa). Si me lo preguntaras, no sabría la respuesta, ni en qué preciso momento sucedió.
Probablemente como en el medio natural, se desarrollaron, crecieron echando raíces que me afianzaron de manera imperceptible. Simplemente ocurrió, como transcurrió la tarde, y al alzar la vista, sobre mi cielo, vi la luna brillando, iluminándome solidaria con su luz purísima.
No sé cuántas guardo aun en mí, ni la cantidad de las caídas que murieron en el intento de una oportunidad de mi parte, esas que yacen enquistadas en alguna parte de mi anatomía, resentidas como almas en pena.
Hay veces que la vida me da pausas para observar mis adelantos o mis retrocesos, y me observo ajena a mi persona sin reconocerme. Voy tras mis pasos, analizo las causas de mis procesos hasta llegar al punto actual. Otras, simplemente razono sobre la inutilidad de las preguntas que nunca tuvieron respuesta, sin rencores ya, observo esas semillas vanas.
Y desde aquí, con el tiempo encima como lo está siempre, agradezco los días que se me presta, el regalo de vivir, la oportunidad de ver germinar algunas semillas que a mi vez he ido sembrando.