El primero de enero de 1994 dos cosas de gran importancia sucedían en México. Por un lado, se ponía en marcha el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y, por el otro, ocurría el levantamiento indígena en Chiapas.
Se trató de una fecha axial en nuestra historia moderna. Fue como si México, a la vez, viera hacia el futuro y hacia el pasado. El TLCAN nos prometía una nueva era en la relación con nuestros vecinos del norte y un proyecto de prosperidad fundado en el libre comercio. La rebelión en las cañadas nos enseñaba, sin embargo, que había un error historico que corregir y que tenía que ver con la parte indígena de México.
Nos dimos cuenta de que el futuro promisorio de la modernidad no podía arribar sin antes corregir afrentas e injusticias del pasado.
Mucho hemos aprendido desde 1994. Los diversos gobiernos que arribaron al poder comenzaron a canalizar recursos hacia Chiapas y otras zonas donde habitan comunidades indígenas.
No obstante esto, la verdad sea dicha, falta mucho por hacer para enmendar el agravio contra esa parte de México que tiene tanto que enseñarnos.
México es, por supuesto, un país multicultural y plurilingüe que quizás apenas comienza a comportarse como tal. Lo mismo aplica, por cierto, a las comunidades afromexicanas, cuya historia y cultural debería ser más conocida.
En este contexto es un paso en la dirección adecuada que se haya aprobado en lo general la reforma constitucional de pueblos indígenas y afroamericanos. Por un lado, la reforma reconoce el derecho que tienen estas comunidades a decidir su destino por sí mismas, pero también se reconoce la necesidad que tienen de ser apoyadas, al menos por el momento, de varias maneras: financieras, políticas, culturales.
Por ello, para ser implementada correctamente de tal manera que pueda ser útil para las comunidades indígenas y afromexicanas, se necesita que la reforma tenga un impacto presupuestal suficiente.
Por otro lado, es importante que está no tenga un carácter paternalista. Corregir injusticias pasadas y presentes no quiere decir que no mantengamos un diálogo de adultos con estas comunidades. Es necesario también entender que, como México mismo, las comunidades indígenas y afromexicanas son diversas y plurales. No existe, desde luego, uniformidad de pensamiento dentro de ellas. Algunas y algunos de sus integrantes quizás querrán mantenerse viviendo dentro de sus ricas culturas y lenguas. Para ellos, hay que tener apertura, diálogo y generosidad. Otros y otras integrantes quizás quieran hacer una vida fuera de sus raíces tradicionales. Algo que, sin embargo, parece deseable es abrir vasos comunicantes que engloben a todas nuestras culturas. México es, y debe ser, la unidad de lo diverso y la diversidad en la unidad.