Hacia el año 1983 por el mes de octubre, había sido turnado un asunto directo de la Contraloría del entonces Distrito Federal a la Procuraduría, por conducto de su titular, quien trasladó el expediente con un informe de auditoría al licenciado René Paz Horta, subprocurador en funciones con dos instrucciones: dar celeridad a la integración de la averiguación previa y obtener las órdenes de aprehensión correspondientes, además de absoluta secrecía y confidencialidad en el asunto.

Se trataba de investigar al entonces delegado de Coyoacán, Jesús Flores Vizcarra, un joven político sinaloense; había un desfalco en los primeros meses de su administración de casi 30 millones de pesos.

El encargado del asunto fue el licenciado Polo Uscanga, avezado director de Averiguaciones Previas que con su equipo especializado de agentes del Ministerio Público y el auxilio de peritos en Contabilidad, en un mes había logrado consignar el caso y en pocos días más entregaba al subprocurador la orden de aprehensión por peculado.

Luego de ese encuentro venía lo difícil, aprehender al imputado. Pues resulta que al intervenir los peritos y el Ministerio Público en las oficinas de la Delegación con motivo de la investigación de los hechos y corroborar certificando algunas pruebas documentales allegadas al delegado, se enteraron, “dieron el pitazo” al señor Flores Vizcarra y éste huyó; se ausentó de la Delegación.

Cuando se retiró el licenciado Abraham Polo Uscanga, el licenciado Paz Horta me miró fijamente y solo balbuceó: “¿y ahora? Voy a avisarle a la jefa”, refiriéndose a la Procuradora. “Pero pues me va a encargar que cumpla la orden de aprehensión, la Policía Judicial también depende de mí, mejor solo le enviaré una tarjeta informativa y que estamos trabajando en la orden”.

Luego me dio el documento ordenando: “encárgasela a Palacios, con discreción, y rápido logre esa detención”.

El agente Palacios recibió toda la documentación informativa del presunto responsable y sus oficios de comisión. Suficientes recursos para gastos de él y de su equipo. A los tres días estaba listo y como era su costumbre, solo por la radio habría comunicación; advirtió que no habría de estar llamando seguido y probablemente en una semana tendríamos noticias de él. 

Recordemos que en aquella época no se contaba con las herramientas de hoy, como celulares, computadoras avanzadas, Internet, redes sociales y otros sitios informáticos; todo tenía que ser personal y revisión de listas en el lugar, domicilios, hoteles, aeropuertos, etcétera.

Pasaría poco más de una semana para recibir el primer reporte del agente Palacios, informando que se encontraba en Culiacán, Sinaloa, y que ya había investigado en otras localidades, de esa entidad y de Baja California. Que retornaría en dos días con noticias.

Al tiempo que había previsto, retornó a las oficinas de la Procuraduría; creíamos que ya traía “el paquete”, pero no. Me rindió el informe para el Subprocurador y aunque en aquel entonces no había los convenios de colaboración interestatales para aprehender, era muy riesgoso hacerlo arbitrariamente ante un personaje de ese calado, por ello aunque ya lo había ubicado con su grupo, esperaba aprehenderlo en dos días más en que arribaría al aeropuerto de la Ciudad de México; para esto ya traía todos los datos.

Llegó el día y el Subprocurador ordenó que acompañara al agente Palacios a cumplimentar la orden de aprehensión. Así lo hice. Y pude percatarme cómo trabajaba Palacios con su gente, cubriendo todos los espacios de posible evasión. A los empleados de la aerolínea les hablaba con energía, con autoridad, casi de forma amenazante. El presunto responsable llegaría en un vuelo procedente del norte del país y ya venía en camino, sí había abordado; solo era cuestión de esperar su arribo.

Cuando llegó el vuelo y los pasajeros empezaron a salir a la sala, el agente Palacios estaba atento con otros dos colaboradores; a mí me alejó a cierta distancia para no comprometerme. Cuando Flores Vizcarra salió, de inmediato el agente Palacios hizo una seña a sus agentes y él se puso a un lado, cuando le dijo de qué se trataba ya tenía otro elemento del otro lado y otro más detrás, en triángulo.

Me acerqué al agente Palacios y le pregunté: “¿este es el señor que buscamos?” y me contestó, “afirmativo, licenciado”. 

En ese acto solamente vimos el resplandor del flash de la cámara de un reportero de la revista Impacto que por ahí extraviado habría logrado la nota. No gustaba Palacios de darse a conocer en medios, era muy discreto y así trabajaba mejor.

Como corolario de todo este caso, el agente Palacios me confió que ya sabía por qué era un asunto especial, donde pedían rapidez, discreción y casi secrecía, porque por el monto del peculado no le parecía importante. La importancia no radicaba en que ese delegado, joven, alto, bien parecido, fuera corrupto, sino que habíase jugado un desliz con la consorte de un alto funcionario. Cosas de políticos.

Obvio el agente Palacios eso lo omitió en su informe; muy prudente.

 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *