Cada mañana emprendemos una nueva aventura al abrir los ojos, pues nadie sabe lo que el destino nos tiene reservado. Quizá por eso, ninguno de nosotros puede zafarse de esta inevitable necesidad de emprender. 

Elegir un camino, decidir el rumbo de tu vida, cumplir metas y construir sueños, es una decisión profundamente personal. Es un acto que nace desde lo más profundo de uno mismo y que, una vez tomado, nadie más puede alterar. 

Este viernes, en mi querido pueblo, ochenta mujeres, acompañadas por InsMujeres y “Diez mil mujeres por México”, se certificaron a través de un diplomado diseñado para agilizar y mejorar sus negocios. Esta fue una decisión acertada, pues quien se educa, según mi experiencia, tiene el poder de crecer. Al verlas, no pude evitar verme reflejada en ellas: me recordé a mí misma hace más de cuarenta años, cuando encendí la chispa de mis ideas, les di alas a mis sueños y decidí caminar con todos mis miedos, e incluso con la disposición de enfrentar nuevos desafíos lanzarme al abismo. 

Renuncié al anonimato e incineré todos los “peros”, empeñándome en escribir cada día en el libro de las metas y objetivos; muchas veces pasada la noche renuncié al descanso, me abracé al ideal con todos los defectos y obstáculos del “sí se puede”, para mantener viva la llama de mi pasión. 

Al mirarlas a los ojos, noté esa diferencia que nos hermana: esa necesidad insaciable de reconocer que no hay otra opción, y que de lo que hay, no me gusta; por ahí no paso. Percibí un hambre voraz por aprender, por ser, por servir, junto a la terquedad de quien se dice a sí misma: “lo haré”. 

Las convoqué, con humildad, sin falsedades tal como te invito a ti, a seguir podando sueños y plasmando realidades en un mundo cada vez más complejo, donde algunos buscan cortarnos las alas y cercenar nuestras libertades. Pero, como bien decía Viktor Frankl en su obra -mi libro de cabecera- “El hombre en busca de sentido”: cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”. 

He decidido que mi felicidad dependerá de mi dedicación. No intentaré adaptarme; encontraré el pasadizo por donde encajen mis derechos, esa autonomía que me permite definir mis propios límites y fronteras. Escucharé a mi corazón, entendiendo que no solo bombea sangre, sino que también guía mis decisiones. Siempre tendré la capacidad de reírme -y de reñirme- con la audacia de quien ha cruzado la línea, porque no habrá gobernanza que me someta ni sentencia que dome la decisión y el juramento que me he hecho de ser fiel a Dios y a mí misma. 

Renunciaré al rencor, no porque el otro lo merezca, sino porque estoy segura y confiada de que el destino, aunque parezca lento, siempre ajusta las cuentas. Al final del día, la vida es una cadena de problemas, adivinanzas y acertijos por resolver, y eso es lo que hace de este paseo algo emocionante. 

Me alejaré de las aves de mal agüero que pronostican tormentas y, en lugar de temerlas, miraré al cielo para anticiparme a los rayos. Si no encontrara cueva que me resguarde, me sentaré en el arroyo y dejaré que la lluvia pase sobre mis huesos, porque esta es mi casa, esta es mi vida, estas son las obras que mis manos han construido, y no hay, ni habrá, quien pueda arrebatármelas. 

Somos muchos los decididos a emprender el rumbo de la libertad. ¿Te sumas? ¿Qué dices?

 

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