¿Cuál es el propósito de la vida humana? ¿Cuál es el objetivo? ¿Cuál es la razón de existir?; lo ideal sería encontrar una respuesta universal y atemporal que tenga sentido para todos los seres humanos.
La semana pasada compartimos: “Usaremos la inteligencia y la razón como herramientas de análisis y buscaremos que las ideas y las respuestas derivadas de ellas tengan un grado de evidencia, estén apoyadas en el sentido común y sean lógicas”… Y concluimos el artículo reflexionando: Lo que necesitamos, es hacer un esfuerzo por distinguir entre tres conceptos que pueden llegar a confundirnos: Primero, el objetivo de vida, que es universal para nuestra especie y que contesta a la pregunta: ¿Para qué existo?; segundo, el sentido de propósito, que es individual y en términos generales puede durar toda nuestra vida o cambiar a lo largo de ella y responde a la pregunta: ¿De qué se trata mi vida?; el tercer concepto, son los objetivos y metas que forman parte de lo cotidiano y en general tienen un tiempo de duración mucho más corto en comparación a toda nuestra vida y responden a la pregunta: ¿Por qué y para que hago lo que hago?… Pero de ello, de ello seguiremos platicando la semana entrante.
Continuamos: Los objetivos y metas son parte de nuestra vida diaria; normalmente marcan nuestra agenda del día con día, algunos ejemplos son: estudiar tal cosa, terminar cierta actividad o proyecto, comprar un auto, cambiarme de casa, tener pareja, terminar con la pareja… ¡En fin!, la lista es interminable, depende de cada uno de nosotros, de nuestra individualidad y circunstancia, de las cosas que nos gustan o disgustan, de lo que se nos antoja o no, de los recursos con los que contamos y de nuestros sueños y deseos. Lo que hay que comprender es que, aunque los objetivos y metas forman parte de nuestra vida y nos son útiles para organizarla y definir nuestras prioridades: ¡No debemos identificarnos con ellos! Lo que somos en última instancia y el balance de nuestra vida no puede depender de que se logren o no estas metas, ¿por qué?, porque hay muchas variables externas que no controlamos, variables que pueden afectar los resultados; depender de ellos para alcanzar nuestra plenitud o ser felices, nos dejaría en una situación de dependencia… ¡Ajena a nuestro control!, lo que determinaría nuestras vidas con un resultado imprevisible y normalmente insatisfactorio, lo que sería un grave error.
Respecto a: El sentido de propósito, lo podemos asociar más a una aspiración y a un sentido de realización que a una acción, ya que no es un objetivo o una meta. Parece ser, que el sentido de propósito es una de las cosas que compartimos la mayoría de los seres humanos, no con todos; es el deseo común de entender y darle contenido a la razón por la que existimos (nacimos). En ocasiones, también tiene que ver con las ganas de trascender y dejar huella a través de encontrar, valga la redundancia: ¡La razón de existir!, es el deseo de sentir que contribuimos de alguna manera o que aportamos algo. Abraham Maslow (1908-1970), psicólogo estadounidense conocido como uno de los fundadores y principales exponentes de la psicología humanista, en su famosa pirámide de necesidades presenta a la autorrealización como la máxima necesidad o aspiración humana.
El sentido de propósito nace en nuestro interior y, aunque no siempre, tiende a relacionarse con lo exterior, lo cual tiene sentido ya que somos seres de naturaleza social. El sentido de propósito es una idea, un concepto. Muchas veces, al tener un sentido de propósito claro, resolvemos la ansiedad que provoca en nuestras vidas el no tenerlo. Sin embargo, seríamos negligentes si no exploramos el enfoque opuesto. Hay quienes consideran que un sentido de propósito no es necesario en nuestras vidas, el argumento es que la vida sucede en el momento presente y la atención de nuestras vidas debiera centrarse en el ahora, lo que vuelve irrelevante la satisfacción que da el futuro, ya que éste en realidad no existe más que como una proyección de nuestra mente. Por otro lado, el no entender el propósito de nuestra existencia puede traer desilusión a nuestra existencia, la cual, en última instancia, no depende de un propósito para darse; en adición, preguntémonos: ¿Si ya cumplí con mi propósito, ahora qué? ¿Deja de tener sentido la vida? ¿Hay que establecer un nuevo sentido de propósito?… Finalmente, ya sea que tengamos un sentido de propósito claro o no, o hayamos logrado uno y establezcamos uno nuevo o que estemos en el proceso de alcanzarlo, el sentido de propósito no es la respuesta a nuestra pregunta inicial, ya que, al no ser un común denominador de nuestra especie el que tengamos o no un sentido de propósito, no cumpliríamos con la condición de universalidad, es decir: que nuestra respuesta funcione para todos.
Entonces: ¿de qué se trata la vida?… De ello continuaremos hablando la semana entrante… ¡Así de sencillo!
Un saludo, una reflexión.
Santiago Heyser, Sr. y Santiago Heyser, Jr.
Escritores y soñadores