No fui testigo propio de tu pie derecho alzándose en lo más alto del montículo mientras tu mirada apuntaba hacía el cielo. 

No fui testigo propio de tus increíbles primeras salidas como profesional en el beisbol más demandante del mundo, esas donde fuiste capaz de ponchar a 68 rivales, de permitir 43 hits y admitir apenas cuatro carreras para lograr tus primeros ocho triunfos al hilo. 

No fui testigo propio de tu icónica campaña debut en 1981, donde no solamente ganaste un juego en la Serie Mundial que se agenció tu equipo contra uno de sus más grandes rivales, sino que también tuviste la osadía de agenciarte el Cy Young, el Novato del Año, el liderato de ponches con 180 abanicados, el liderato de blanqueadas con seis, el liderato de más juegos completos con 11 y la enorme distinción del bate de plata siendo lanzador.

No fui testigo propio de tu Guante de Oro en 1986. 

No fui testigo propio de tus tres Bates de Plata en 1981, 1986 y 1989.

No fui testigo propio de tus tres lideratos en juegos completos en una misma temporada en 1981, 1986 y 1987. 

No fui testigo propio de tus seis asistencias al Juego de Estrellas. 

No fui testigo propio de tu heterodoxa forma de lanzar.

No fui testigo propio de lo mortal que fue tu tirabuzón. 

No fui testigo propio de cómo rompiste varias barreras para, sobre ellas, edificar puertas que abriste sin cesar durante toda tu exitosa trayectoria profesional. 

No fui testigo propio de tu leyenda en los Dodgers de Los Ángeles

No fui testigo propio de la cimentación de tu huella indeleble en la sociedad mexicana. 

No fui testigo propio de tu leyenda sobre el diamante, Fernando, no lo fui, pero es precisamente eso lo que te hace tan inconmensurable. 

Tu recuerdo fue entrometiéndose en mi memoria por las anécdotas interminables de mi abuelo y mi padre. 

Esas noches en las que miraban y adulaban tu carácter y pundonor enfrente de millones de personas, en el escenario más grande y demandante para un pelotero profesional, los marcaron como no tienes una idea. 

Me cree una imagen de alguien que hizo alcanzable lo inalcanzable… y no me equivoqué en tomarte como una entrañable fuente de inspiración. 

Fuiste lo extraordinario en lo ordinario. 

Fuiste luminosidad en la penumbra. 

Fuiste brújula en lo perdido. 

Fuiste creación en lo impensado. 

Fuiste conexión en lo inimaginable. 

Fuiste todo. 

Fuiste mucho. 

Fuiste tú, ‘Toro’. 

Descansa eternamente.

Desde acá, desde lo terrenal y material, te seguiremos recordando como lo que fuiste: una leyenda ejemplar dentro y fuera del campo de juego. 

Hasta siempre, Fernando Valenzuela Anguamea. 

Gracias… y buen viaje. 

“Fue por él”. 

-El Dugout del Gabo 

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