Tu niña me observaba, veía sus ojos brillantes velados por los tuyos, sonreía confiada, seguramente me veía a mí, no a la que soy, sino a la que fui. Y sin previas presentaciones, comenzaron a jugar como grandes amigas.
Y es que, hablando del niño, resultaba inevitable no pensar en nosotras, que ciertamente no nos excluye el tema, ya que todos los vivientes traemos el propio, sólo que permanece escondido. Anónimo, busca refugio de este mundo tan cambiado, de los temas y responsabilidades que nos abruman, y con toda seguridad, silenciosas e intranquilas, nuestras niñas observan. No impasibles sino impotentes, sienten un gran peso dentro del corazón que les pertenecía, ese que aún no sufría la modificación de las decepciones.
El suyo, (hablo de las dos) latía desbocado brincando la cuerda, o apacible y cadencioso mientras nuestras manos pequeñas iluminaban o recortaban muñecas de papel. ¿Qué fue de ti corazón mío me pregunto, dónde te encuentras latiendo?
Porque si de algo estoy segura, es de no tener dos corazones, entiendo que los cambios en un principio imperceptibles, redoblaron drásticamente, te viste inmerso en un río que aumentaba su caudal, y no tuviste otra opción que hacerlo tú también. Aunque con terquedad, insististe en conservar tu posición de centinela.
Me preguntaba ¿pasó lo mismo con el corazón de Laura? Porque, aunque pude ver sus ojos chispeantes de risas y anhelos, claros y relucientes como el granizo recién caído sobre la hierba, sólo imaginé sus latidos, rítmicos y silenciosos, porque no lo pude mirar.
Estuve tentada a decírselo, pero seguramente pensaría que me estaba burlando, así que aporté otros comentarios para enriquecer nuestra conversación, que se alargó por horas. Nuestras palabras, se unieron y dieron vuelta a la esquina, avanzaron cruzando el parque, y ahí se quedaron las niñas, las que fuimos tú y yo.
Nos subimos a un balancín y a la rueda giratoria, no escogimos los columpios porque alguna de las dos quedaría sin mecerse y el tiempo apremiaba, así que en loca carrera subimos las escaleras de lamina y nos lanzamos veloces por las resbaladillas. Nuestros gritos alegres volaron entre el viento, se iluminaron tornasolados en los reflejos del sol mañanero.
Y es que mientras tú y yo conversábamos, las niñas desobedientes hicieron lo mismo, sólo que no nos dimos cuenta. Porque esa virtud tiene el pensamiento, que no respeta barreras, es libre de cruzar el mundo, atraviesa etapas, va y viene. Por eso, oscilamos como veletas cuando le damos rienda suelta, es un chiquillo que no tiene entendederas ni acata órdenes que lo detengan.
Finalmente, las adultas llegamos a acuerdos, tomamos notas y aterrizamos nuestros planes. Hay mucho que hacer, dijiste. Luego nos despedimos en la reja, y al mismo tiempo, tal vez no te percataste, las niñas llegaron también. Cansadas, ocuparon sus puestos y se confundieron en nuestros pensamientos con la agilidad de los peces de colores.