‘¿Es que va usted a llevar a los niños a la ruleta? Perdóneme, tengo entendido que usted es débil y capaz de dejarse arrastrar por el juego’. El Jugador, Fiódor Dostoievski (1821-1881)

Esta reflexión de “El Jugador” de Fiódor Dostoievski sigue siendo extraordinariamente relevante. Las palabras retratan la lucha y el peligro de quienes caen en la seducción del juego, un mundo donde la ruina financiera y la angustia mental acechan a cada paso. Lo que antes estaba limitado a establecimientos físicos, hoy es ubicuo y accesible desde nuestros teléfonos móviles, con una intensidad y omnipresencia sin precedentes. La era digital ha transformado este entretenimiento en una amenaza de salud pública que exige nuestra atención urgente.

El problema de la adicción al juego no es nuevo. Hace una década, ya alertaba el periódico AM sobre la proliferación de casinos en nuestras ciudades, planteando las consecuencias sociales y económicas de legalizar estos establecimientos. Incluso entonces, era evidente que la ludopatía -la adicción al juego- era un peligro latente, un trastorno vinculado a una serie de perturbaciones sociales y psicológicas, desde la bancarrota hasta la ruptura de familias.

Sin embargo, como lo destaca la reciente Comisión de la revista “The Lancet” sobre la salud pública y el juego, la transformación digital ha magnificado estos peligros. Hoy en día, la industria del juego ha fusionado su negocio con la tecnología de vanguardia, utilizando algoritmos, marketing en redes sociales y plataformas inmersivas para atraer a un público cada vez más amplio. Las apuestas deportivas, ahora una industria global multimillonaria, emplean apuestas en vivo durante los partidos para mantener a los usuarios enganchados, mientras que las aplicaciones móviles permiten el acceso al juego las 24 horas del día. Incluso los límites entre los videojuegos y el juego se han desdibujado, exponiendo a los niños a mecánicas adictivas como las cajas de botín. El resultado es una generación más vulnerable al daño del juego.

Las cifras son impactantes. Según la Comisión, el 46.2% de los adultos y el 17.9% de los adolescentes en todo el mundo participaron en actividades de juego el año pasado. Aunque solo una fracción de ellos puede ser diagnosticada con trastornos del juego, millones más participan en comportamientos de riesgo, sufriendo daños significativos. Los efectos se extienden más allá de las finanzas personales, afectando a las familias, las comunidades y el bienestar social. Las pérdidas económicas y las cargas de salud asociadas, desde la depresión hasta la violencia doméstica, pueden perdurar por generaciones.

Lo que agrava esta crisis es el poder y la influencia de la industria del juego. Presentan el juego como un entretenimiento inofensivo, destacando los beneficios económicos mientras minimizan los riesgos. Los patrocinios y alianzas con ligas deportivas son comunes, integrando el juego en la vida cotidiana. Mientras tanto, los anuncios, especialmente en plataformas digitales, apuntan a audiencias jóvenes, normalizando el juego desde temprana edad.

Los gobiernos, a menudo en conflicto por los ingresos fiscales que genera la industria, han adoptado históricamente un enfoque pasivo, enfatizando la responsabilidad personal en lugar de un cambio sistémico. Sin embargo, como argumenta la Comisión de “The Lancet”, esta estrategia no solo es ineficaz sino peligrosa. Para combatir esta crisis, necesitamos intervenciones de salud pública sólidas, similares a las empleadas contra el tabaco y el alcohol.

Reconociendo la gravedad de la situación, en 2022 preparé una propuesta legislativa para modificar nuestras leyes y regular mejor el juego. El objetivo era frenar la expansión de la adicción al juego mediante controles más estrictos en la publicidad, mejores protecciones al consumidor y campañas educativas sobre los riesgos del juego. Debemos priorizar la salud y el bienestar de nuestros ciudadanos por encima de las ganancias corporativas.

No podemos ignorar las consecuencias de no actuar. Sin medidas decisivas, el juego seguirá devastando vidas. Las familias sufrirán por la tensión financiera y las crisis de salud mental, y las comunidades enfrentarán las secuelas. El modelo de negocio de la industria depende de una pequeña proporción de jugadores de alta frecuencia, muchos de los cuales son los más vulnerables. Es un sistema moralmente insostenible que explota la desesperación. 

Como legisladores y ciudadanos, tenemos el deber moral de actuar. El juego no es un producto común, es un producto adictivo con graves consecuencias para la salud pública. Así como regulamos sustancias nocivas, debemos regular el juego para proteger a los más vulnerables. No podemos seguir ignorando el sufrimiento de quienes han perdido todo debido a esta adicción, ni permanecer en silencio mientras la industria apunta a nuestros jóvenes.

RAA

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