Las cosas que se fueron no lo hicieron para siempre. A veces, cuando desciende el manto de niebla de la duda, creo que es así, y entonces, levantan el vuelo como una parvada que hubiera permanecido escondida. Alegre, veo que me he equivocado, que bueno, celebro que sea así. No se han ido, perduran.

El otro día, me daba cuenta de lo mucho que extraño tus manos pequeñas, sostener la tuya entre la mía, en ese tiempo que ilusamente pensaba se prolongaría. ¿Quién llevaba a quién? Ahora respondo a esa pregunta. Tú, sostenías mi existencia, y me reafirmabas con tus grandes ojos. En ellos, se reflejaba el amor que me hacía crecer y me validaba. Contigo me hacía grande como un sol que recorriera la tierra iluminando todo por entero. Hoy, quise que lo supieras, que comprendieras el efecto sanador que me producía tu abrazo, lo valioso de esa etapa en mi vida.  

Ahora tus manos han crecido, y sé que sería inútil pedir que redujeras tu tamaño. Me queda la vivencia que latente me habita. Llevo ese tesoro conmigo, Cohabitamos en un tiempo contenido en mis pensamientos. 

O tal vez debiera decir de mi espíritu, o mi alma, pues no soy solo materia mortal, también soy etérea, volátil y fugaz como los sueños que desaparecen en las mañanas al abrir los parpados al nuevo día. Puedo volver sin visa o pasaporte, me reencuentro contigo, soy incorpórea. Pensando así, todo permanece, como gravitan sin tiempo los planetas en el espacio y gira la tierra con nosotros dentro.  

No sé cómo se logra de forma precisa, hay rutas que se transitan sin un mapa de por medio. Pero sé llegar a ti, y lo hago de manera instantánea, aunque para evocarte al detalle, necesito tiempo, silencio y cero interrupciones.

Esta mañana te lo dije, y creías que estaba bromeando. Me disculpé por si te hubiera ofendido, me arrepentí, lamente mis viejos desatinos, y te hice comprender que yo también crecía. Me miraste con seriedad sabiendo que no existía la broma, nos estrechamos las manos en señal de paz, y fue como si en ese momento sabio, uniéramos dos tiempos. Las cosas que permanecen no tienen peso o medida, no se quedaron perdidas al fondo de un ropero, o traspapeladas en un cajón, están en nosotros mismos, grabadas en nuestras memorias, como los círculos concéntricos de un árbol qué marcan su crecimiento, llevando su historia escrita en sí mismos. 

Me llené de paz con la tranquilidad de nuestro encuentro, ya que, aceptando ese razonamiento, puedo decir confiada, que vives en mí, que siempre has estado conmigo. 

 

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