Leer es el pasaporte que mi alma necesita para escapar, volar y llenarse de bendiciones. Un libro en mis manos es la herramienta más importante que poseo para despejar dudas y enredarme en nuevas preguntas. En páginas poderosas he adaptado mis códigos, ampliado mis horizontes y reemplazado viejas creencias. Y al llegar al final de cada libro, mi actitud siempre es distinta a la que tenía cuando lo comencé. Hay lecturas que dejan huellas profundas en mi alma, embelleciendo o alterando mi visión del mundo. Este pasado 12 de noviembre celebré no solo al cartero que durante años me trajo tantas noticias, sino también al mejor de mis amigos: el libro.

Gracias a este amigo fiel, reforcé mis códigos de ética y aprendí a valorar que la aplicación de la ley debe ser un “sí” rotundo, sin excepciones. Aceptar la corrupción nunca será una opción para quien busque el bien para sí mismo, para la sociedad y para la nación. Comprendí que apartarse del camino recto solo trae desdicha y amargura. Enfrentar la corrupción de manera frontal puede dar miedo al principio, pero es, sin duda, la única manera de abordarla. Fue el triste destino de Macondo, en Cien años de soledad, el que me mostró la devastación que la impunidad y la injusticia pueden traer. A través de los personajes de Gabriel García Márquez, pude experimentar ese mundo fantástico y aterrador por el que transitaban José Arcadio y Úrsula. Tiemblo al recordar las más de treinta y dos guerras que Aureliano Buendía promovió, y en ese “no pasa nada” observé cómo se condensa la tragedia de nuestros pueblos latinoamericanos.

Y, pues aquí sí pasa. Y pasa mucho. Solo desde la conciencia de quienes buscamos el bien común, sin peros ni condiciones, podremos cambiar nuestra realidad. No necesitamos heroísmos ni bravatas, solo firmeza y compromiso con lo que es justo. En el reconocimiento de lo que nos rodea radica nuestra salvación. Al ver la tabla de salvación, debemos tomarla con firmeza, pues será nuestro escudo protector, no solo para salvaguardar nuestra vida, sino también nuestra integridad moral y social. Quien no defienda y promueva la buena aplicación de las leyes, así como su cumplimiento, estará condenado a la ruina. Bastaría con revisar Rebelión en la granja de George Orwell, esa parábola sobre cómo las buenas intenciones pueden ser corrompidas por el poder. En esta fábula, se retratan los opresores más grandes, que caen bajo su propio yugo cuando el oprimido toma el control. Orwell demuestra que el abuso de poder se perpetúa bajo la apariencia de justicia, y cómo las ideologías, por más nobles que sean en su inicio, pueden ser distorsionadas y utilizadas como herramienta de control.

Los vientos de cambio suenan, pero soy yo quien decide qué tipo de aire ondeará mi cabellera. Permitirse infringir la ley o hacerse a un lado, callarse ante la injusticia, puede parecer un buen plan para quienes creen que desde la sombra se protegen. Sin embargo, recordemos que las linternas son manuales y pueden iluminar a cualquiera. Isabel Allende, sin tapujos, lo expresa a través de la voz de Violeta en La isla bajo el mar: “No hay nada tan peligroso como la impunidad, amigo mío; es entonces cuando la gente enloquece y se cometen las peores bestialidades”.

 

RAA

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