Señoras y señores, el pasado viernes el boxeo tocó fondo. Quienes disfrutamos de este deporte, fuimos testigos de un espectáculo lamentable, celebrado en el AT&T Stadium de Dallas.
A través del servicio de “streaming” más famoso, vimos como un payaso, un bufón millonario llamado Jake Paul, trató de convencer -con muy poca fortuna- al mundo de que es un boxeador profesional.
Haciendo alarde de su poder económico, Paul convenció a Mike Tyson, una de las grandes leyendas del pugilismo en toda la historia, a humillarse a sus casi 60 años subiéndose al ring para ser evidenciado ante los ojos de todos.
Para quienes lo admiramos y vimos sus peleas hace algunas décadas, fue decepcionante ver como Tyson, por decisión propia -y tal vez por necesidad- aceptó arrastrar su prestigio.
El tiempo no perdona, y un hombre mayor como el ex campeón mundial, de a poco perdió fuerza durante esta lamentable exhibición, y casi nada pudo hacer ante un pésimo peleador como Paul, cuyas principales armas fueron su juventud y tal vez un contrato con cláusulas muy especificas.
Un auténtico boxeador profesional nunca se habría prestado para esta terrible burla. Un pugilista serio y en plenitud de facultades, jamás habría aceptado pelear ante un rival enfermo de 58 años, así se tratase del otrora temible “Iron Mike”.
Es cierto, Tyson se llevó -por lo menos- 20 millones de dólares por prestarse a esta bufonada, pero eso no fue lo peor. Lo más grave es que vivimos en una era en la que algunas “estrellitas” de las redes sociales -como estos hermanos Paul- piensan que pueden comprar logros deportivos, esos que tanto sacrificio y esfuerzo cuestan a los verdaderos atletas, y engañar a la audiencia con sus falsos triunfos.
Son tiempos complejos para ciertos deportes, como el boxeo, en que cualquiera con una abultada cartera puede comprarse una “exitosa carrera profesional”, para así aparentar ser parte de una realidad inexistente.
X @luismideportes