Primero se esperanzaron en que Donald Trump metiera en cintura a López Obrador cuando coincidieron como presidentes al inicio de sus administraciones. Como no sucedió, centraron sus esperanzas en que los mercados financieros terminarían por bajarle los humos a AMLO: una subida al peso, una caída bursátil. Tampoco sucedió. Entonces llegó la pandemia. Y fue tan desastroso el manejo de salud y económico del gobierno, que la lectura fue que los cientos de miles que no debieron haber muerto y el desplome del PIB le terminarían por pasar factura al régimen, le harían bajar la cabeza. Noup. Llegó Biden, y como era un demócrata respetuoso de las instituciones (a diferencia de Trump), la esperanza fue que él sí exigiera al obradorato que dejara de comportarse como una autocracia. Tampoco sucedió. Se esperanzaron en que el embajador sería el mecanismo de presión ante las preocupaciones americanas sobre el deterioro de la democracia mexicana, y el embajador se enamoró del personaje de Palacio y terminó fungiendo como boomerang. Ahora que el régimen ha redoblado sus impulsos autoritarios con las reformas judicial y de supremacía constitucional, renació la esperanza de que Estados Unidos entrara al rescate de la democracia mexicana. Peor aún: ahora que Donald Trump arrasó en las elecciones, ya leo quien piensa que él va a ser el dique de contención de Claudia Sheinbaum.

Estados Unidos ha demostrado históricamente que no le preocupa tratar con gobiernos autoritarios con tal de conseguir sus intereses. Su intención de promover la democracia en otras naciones siempre ha ido de la mano de jugosas relaciones económicas. Si el dinero no se alinea con las libertades, prefieren el dinero.

Apostaron por transformar China con zonas económicas especiales a las que beneficiarían con las mieles del capitalismo, pensando que se verían seducidas también por las libertades democráticas americanas. No sucedió. China se hinchó con el dinero americano mientras se mantuvo como una férrea dictadura con la que Estados Unidos convivió por años porque les representaba el gran negocio de la mano de obra barata en un mercado de mil millones de personas. Se empezaron a pelear cuando China le disputó el lugar de potencia, cuando amenazó la supremacía económica de Estados Unidos.

Para no hablar de Trump y su seducción por los autócratas como Putin o Kim Jong Un, hablemos de cómo el demócrata Joe Biden olvidó su promesa de convertir en paria al monarca saudí Mohamed bin Salmán tras el asesinato de un periodista del Washington Post, y terminó saludándolo de “puñito”; o de cómo recibió con alfombra roja en la Casa Blanca al autoritario premier de India, Narendra Modi, mientras sus agencias de inteligencia lo acusaban de complots para asesinar a opositores indios refugiados en Occidente.

Donald Trump no tiene ningún inconveniente en que México tenga un gobierno autoritario mientras sea “su” gobierno autoritario: una administración a la que pueda tener sometida con amenazas y de la que consiga concesiones tan jugosas como 26 mil soldados todo-pagado para cuidar la frontera. Así va a ser.

SACIAMORBOS

Desde Palenque empujan a Bartlett para embajador en Francia. En Palacio no quieren. Veremos.
 

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