Es un honor dedicar este espacio a mujeres que forjaron una tradición, símbolo de historia, sororidad y compromiso, un legado en toda la extensión de la palabra, un reconocimiento de liderazgo, belleza, fortaleza y humanismo con la capacidad de representar a la comunidad normalista, a esa Escuela Normal Benito Juárez de Pachuca cuyas raíces se cimentaron en la educación de calidad, cuya misión era formar docentes en el estado de Hidalgo.
Han trascurrido varias décadas y la figura de la FLOR NORMALISTA no ha perdido su dimensión ni valor, sobre todo ahora que la palabra empoderamiento destaca, ellas desde siempre, tuvieron la visión de crear un grupo que impactara de manera favorable en el estado de Hidalgo, y que enalteciera los valores de la enseñanza en nuestra entidad.
Crecí en una familia en la que la admiración y el cariño hacia estas mujeres fue una constante. Cada día, mi madre nos platicaba la hermosa experiencia que significó para ella formar parte de tan distinguido grupo. Sus ojos verdes, brillaban aún más cuando hablaba con orgullo de sus queridas flores, en múltiples ocasiones señaló que ser “Flor Normalista” no era solo un título, sino un llamado a transformar y sembrar conocimiento y esperanza en cada aula, en cada niño, en cada rincón donde hiciera falta una mano que guiara.
Recuerdo cómo su voz se emocionaba cuando nombraba a sus amigas del alma, cuyos nombres prefiero no indicar porque no quiero dejar de mencionar a ninguna, ellas saben quiénes son y lo mucho que significaron en su vida y de cómo la unión y amistad cambiaron su existir. Cada relato suyo traía consigo ecos de risas compartidas con sus compañeras, noches interminables de estudio, pero también lágrimas de lucha y perseverancia. Esa fuerza, esa sororidad que compartían y comparten sueños de construir un mejor mañana, se convirtió en el ejemplo más valioso que me dejó mi madre, cada anécdota era una lección de vida y de profundo compromiso con el conocimiento y la justicia social.
Hablar de ellas es hablar de la influencia y el poder que han tenido para construir puentes para evitar los sesgos educativos y por supuesto que han logrado su misión: transformar vidas; docentes que, por sus cualidades, principios y valores, en las aulas y fuera de ellas, saben que la educación no es solo un derecho, sino una herramienta de cambio social, en ello destaca la importancia de dar continuidad y mantener viva una tradición que no solo honra la historia, sino que inspira a las futuras generaciones.
Hoy escribo en reconocimiento a cada una de ellas: las “nuevas”, las de siempre, cuya huella es imborrable y debe prevalecer por su vocación de servicio como auténticas constructoras del mañana. Su entrega y compromiso son el reflejo de una tradición que trasciende generaciones, recordándonos la importancia de formar no solo a profesionales, sino a líderes con valores y conciencia social.
Gracias a las Flores Normalistas, por existir y sembrar esperanza, pero sobre todo por su amor y cariño a Rosita Figueroa.