18 de noviembre, domingo de madrugada. La noche de los 41. Ignacio de la Torre y Mier, yerno de Porfirio Díaz, pone en desgracia la envestidura del presidente y hace lo que le da la gana, aunque al final se convertirá en uno de los llamados “41”, pasando a la historia incluso como héroe de la comunidad LGBT.

Analicemos:

Había tocado el portón varias veces, pero nadie lo atendió. El alcohol los tenía embrutecidos, la música ensordecidos y la pasión desbordados. El tipo volvió a pegar a la puerta hasta que a las quinientas se abrió esta. Detrás apareció un hombre vestido de mujer, con la falda recogida, bien maquillado y perfumado, y con un muy dulce y melindroso tono de voz gritó amanerado: “¡Buenaaaasss!”, al gendarme que iba en busca de una explicación.

Luego, por entre un resquicio el guardia descubrió lo inimaginable, una multitud como el que abrió: emperifollados con pelucas, vestidos cortos y largos, zapatos altos o choclos bordados y algunos con senos postizos, los hombres bailaban y se resollaban con otros de pelo corto, algunos con barba y bigote.

La imagen y el impacto sensorial de semejante hallazgo le resultaron al gendarme tan ofensivos como podrían ser los olores a cebo y fritanga mezclados con desperdicios de un mercado popular.

“Eran canallas, repugnantes, asquerosos y depravados maricones que se divertían y bailaban”, declaro el policía a su superior según relataron los periódicos al día siguiente.

¿Aristócratas o plebeyos en un mismo espacio, degustando en la misma mesa, bebiendo en la misma copa, bailando juntos y haciéndose el amor? Era, literal, para morirse durante el porfiriato.

Si no hubiera sido porque el policía le llamó la atención la llegada de aparentes mujeres que no sabían caminar con tacones, el papel de los homosexuales entonces no habría tomado otro curso desde la época del orden y progreso que instauraba Porfirio Díaz.

Aquella madrugada del 18 de noviembre de 1901, el guardia notoriamente escandalizado y asqueado se comunicó a la base central de seguridad. Exigió refuerzos para ejecutar una redada que dejó 42 homosexuales detenidos, la cifra se modificó horas más tarde “No fueron cuarenta y dos, fueron cuarenta y un depravados maricones”.

El que faltaba se supo luego, era José Ignacio Mariano Santiago Joaquín Francisco de la Torre y Mier nada más y nada menos que yerno del presidente Porfirio Díaz, esposo de su hija consentida: Amada Díaz.

Los 41 pagaron como criminales. Veintidós fueron rapados y metidos a las mazmorras de Lecumberri. Quedaron encerrados en la celda “J” y desde entonces los homofóbicos tacharon de “jotos” a los homosexuales.

Los 19 que estaban vestidos de mujer y con senos postizos fueron tratados como sujetos de alta peligrosidad y su castigo fue más duro: fueron enviados a Yucatán para arar la tierra y hacer trabajos rudos. A ver si así se hacían hombrecitos, se mofaba la sociedad porfirista de estos “jotos”.

¿Qué fue de Nacho de la Torre y Mier? Pues bien, en 1918 se refugió en Nueva York donde fue internado en el Hospital Stern. Para operarle las venas y los músculos del ano que eran cada día más grandes y cuyos dolores eran insoportables que lo hacían desmayar. Los médicos hicieron su mayor esfuerzo, pero una vena se reventó y el cuerpo maltrecho de De la Torre no lo soportó. Murió el 1 de abril de 1918.

En la actualidad hay homosexuales que le rinden culto al yerno de Porfirio Díaz. Vía internet se pueden encontrar cadenas que abogan por que cada homosexual rinda un minuto de silencio en honor a Nacho de la Torre: “Porque nos dio una presencia, un significado y sobre todo la decisión de no volver atrás”.

Ahora los derechos que han logrado las parejas transgénero van en demasía en comparación con el pasado, falta aún camino por recorrer, por tolerancia y libertad.

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