Como trabajo fuera de casa, por lo general necesito que alguien me ayude con las labores domésticas. Sin embargo, hace unos meses me quedé sin ese apoyo.
Mientras encontrábamos a alguien que pudiera ayudarnos, mi esposo y yo nos hicimos cargo de todas las actividades, desde lavar la ropa, limpiar, barrera, recoger.
Así nos dimos cuenta que nuestras hijas, de 7 y 11 años, sólo tendían su cama… a veces. No colaboraban en nada más: dejaban su habitación desorden, su clóset revuelto, por ejemplo.
Comenzamos a pedirles que ayudaran a hacer pequeñas cosas y sus caras se llenaron de asombro.
–Pero mamá… soy una niña pequeña -me dijo la menor-, esas cosas son para adultos.
–Yo estoy muy ocupada, mamá, tengo muchas cosas que hacer, agregó la mayor mientras jugaba en la computadora.
Hicimos un alto. Nos dimos cuenta que independientemente de que se tenga la posibilidad económica de tener ayuda, es necesario que las niñas aprendan a hacerse cargo de sí mismas, de su pequeño entorno.
También asumimos que su actitud era nuestra culpa.
Decidimos que cada una debía tener actividades bien definidas para contribuir a que nuestra casa funcione sólo con el trabajo de nosotros cuatro. Definimos que debían empezar por su propia habitación y sus pertenencias personales. Si tiraban algo, debían recogerlo ellas mismas.
Si tenían ropa limpia, era indispensable que aprendieran a acomodarla ellas dentro del clóset. Incluso, debían ayudarnos a clasificar la ropa para su lavado.
Les explicamos cómo separarla, cómo usar la lavadora automática y la secadora. Luego, aprendieron a doblar la ropa y a acomodarla.
También les asignamos actividades en cada comida: poner la mesa, recogerla y lavar los platos.
No las dejamos solas, ni permitimos que ellas asumieran esas actividades, simplemente debían acompañarnos a hacerlas, para que aprendieran, y asumir pequeñas responsabilidades bajo nuestra supervisión, diseñadas para sus edades. Tenían que aprender a colaborar.
Al principio a la pequeña le pareció un juego muy divertido, pero a los pocos días cambió de opinión.
–Mamá… ¡qué cansado es! –me dijo-, era más divertido cuando sólo teníamos que salir a pasear… ¿Y si te doy mi domingo para que alguien nos ayude?
–No, mi amor. Mejor vamos a aprender a no dejar nada tirado.
–Pero ya voy mejorando, ¿verdad?
–Sí, mucho.
Acordamos que tendremos ayuda externa cuando cada una cumpla sus responsabilidades sin necesidad de recordarles. Han tenido avances, pero todavía están aprendiendo la disciplina.
Ha sido muy cansado, sin embargo, la experiencia de verlas hacerse responsables vale la pena. Una situación inesperada reveló una falla que teníamos
embargo, la experiencia de verlas hacerse responsables vale la pena.
Una situación inesperada reveló una falla que teníamos en la educación de nuestras hijas: no les enseñábamos a ser autosuficientes.
Sentirse útil, responsable de uno mismo, colaborador en actividades benéficas para todos, es necesario para crecer con buena autoestima. No se lo neguemos a nuestros hijos.

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