Los pescadores aún recuerdan cuando la línea costera de este pequeño poblado al sur occidente de la isla estaba 100 metros más lejos. En el fondo de las aguas que avanzaron quedaron casas rústicas, una ruta paralela al mar y hasta un tanque de guerra que ahora los vecinos utilizan para medir, preocupados, cuánto retrocede la tierra cada año.
“Había una carretera. Podías ir desde aquí (Surgidero) hasta Mayabeque en un camión”, lamentó José Manuel Herrera, un pescador y ex carbonero de 42 años, señalando con un brazo extendido hacia la distancia y con la otra mano puesta sobre sus ojos para cubrirse del inclemente sol, tan intenso como los ciclones cada vez más violentos que afectan a la isla.
Preocupadas por los pronósticos de elevación del mar debido al cambio climático, el impacto de los huracanes y un futuro de salinización de las parcelas agrícolas, las autoridades cubanas comenzaron a trabajar a marcha forzada en la reparación de sus manglares, el primer muro de contención de la tierra, y que fueron dañados por décadas de desatención y tala.
La medida más radical fue la prohibición el año pasado de la exploración o tala del mangle, mientras se dan los toques finales para arrancar este mismo 2014 con un plan nacional de manejo sustentable, que el propio presidente Raúl Castro puso sobre la mesa de sus ministros como una prioridad de gobierno.
“La situación es mala, más del 30% de los manglares están en un estado crítico”, explicó a la AP el experto forestal Reynier Samón, del Instituto de Investigaciones Agroforestales de Cuba. El resto tiene un deterioro medio.
Surgidero de Batabanó, al sur de La Habana, y la costa nororiental son las zonas más dañadas, comentó Samón.
Un problema está en que pese a las varias leyes de protección dictadas por el gobierno, los lugareños no ven nada trascendente en ese montón de raíces entremezcladas en suelos pantanosos llenos de mosquitos.
“La percepción de las importancia de este ecosistema en las comunidades es baja. Lo ven como algo para explotar”, reconoció Samón. “Pero hay gobiernos locales que ya lo han entendido y comienzan a tener receptividad”.
Del mangle sacan desde taninos para la industria farmacéutica hasta tinturas, con él se realizan muebles, se usa para la construcción y la agricultura y se produce carbón, un rubro que brinda energía y cocción de alimentos a las poblaciones y sirve para exportación.
El mangle podría ayudar a combatir uno los mayores dolores de cabeza de la isla: un estudio reportado por AP el año pasado indicó que la elevación del nivel del océano podría dañar o eliminar del mapa unos 122 poblados costeros cubanos, muchas playas –como ya le pasó a Surgidero de Batabanó– quedarían inundadas y se perderían fuentes agua dulce y parcelas de cultivo, pues la sal vuela libremente –los arbustos operan como un filtro– hacia la tierra interior.
Se espera que el mar suba unos 27 centímetros para 2050 y 85 centímetros en 2100, poco si se lo considera verticalmente, pero que significaría la desastrosa entrada de agua salada hasta dos kilómetros en áreas bajas.
Efraín Arrazcaeta, un vecino de Batabanó que vive a pocos kilómetros de Surgidero, fue un alarmado testigo de ese proceso: su grupo ambiental midió cuánto avanza el mar desde un viejo tanque de guerra ya bajo el agua y determinó que la costa retrocede allí unos dos metros por año.
“Si el manglar se restaurara la mitigación de estos efectos (del cambio climático como inundaciones y huracanes) sería perceptible”, comentó el hombre de 69 años.
Por lo pronto se realizan actividades desde la concientización en las escuelas en torno a la reforestación hasta la rehabilitación de canales de agua dulce, que nutren tanto a estos ecosistemas como la salada, y los cuales fueron afectados por la entubación para consumo humano.
El financiamiento para el plan de manejo en todo el país, además de la interacción de varios ministerios, está fluyendo desde el Fondo para la Adaptación al Cambio Climático, un programa de Naciones Unidas y que le permitirá a Cuba comprar un tractor de estera ancha que no se hunda en el fango o un barco de fondo plano para recolectar semillas de manglar.
En el último año se logró consolidar más de 36,000 hectáreas de mangles nuevos en todo el país, explicó Samón. El esquema se completa con otros programas de defensa de playas como las reubicaciones urbanísticas para proteger las dunas o la reglamentación de construir hoteles a cierta distancia del mar.
Dado que Cuba cuenta con el 69% de los manglares del Caribe, lo que está haciendo es observado con lupa por los expertos internacionales y las islas vecinas.
Según el Fondo de Defensa del Medio Ambiente con sede en Nueva York (EDF, por sus siglas en inglés) a lo largo de las Américas la tasa de pérdida anual de manglares es de un 3,6% por lo que el programa de Cuba sería pura “ganancia”, luego de que en décadas anteriores se realizaran acciones que los deterioraron como los rellenos de ciénegas o la construcción de diques que cortan el fluido de agua dulce.
Para Dan Whittle, director del programa de Cuba del EDF, esta isla es “probablemente el modelo para otros países” pues si se pierden los manglares en el Caribe habrá afectaciones a la biodiversidad y las poblaciones locales. Además, la industria turística tendrá pérdidas.
El ingeniero Samón está consciente del enorme desafío de Cuba.
“La voluntad política está, los conocimientos están y ahora estamos en la parte de implementación y trabajo en el terreno”, expresó. “Es un urgente, es una prioridad para el país”.
Cuba pone muralla al avance del mar en Surgidero
Autoridades cubanas comenzaron a trabajar a marcha forzada en la reparación de sus manglares, el primer muro de contención de la tierra.