El 17 de julio, un manifestante se paró frente a la embajada mexicana en Washington y pasó allí más de una hora sin abrir la boca, mirando de reojo, con el ceño fruncido y unas gafas oscuras, a quienes entraban o salían del edificio.
Sólo el vigilante de la sede diplomática se dio cuenta de su presencia, y de que era el único asistente a una de las múltiples convocatorias contra la inmigración organizadas este verano a lo largo y ancho de Estados Unidos.
La soledad, el aislamiento y la intrascendencia pública de este activista anónimo resumen el momento que atraviesan los movimientos antiinmigrantes en Estados Unidos.
Se trata de organizaciones que hicieron mucho ruido entre 2005 y 2006, cuando movilizaron a cientos de miles de personas.
Hoy siguen ahí y sus newsletter echan humo en respuesta a la crisis de los niños migrantes, que ellos consideran una “invasión”. Pero a sus citas no acude casi nadie, la prensa los ignora e, incluso, pasan desapercibidos en las redes sociales.
Su prédica ha dejado de ser patrimonio de unos cuantos radicales para convertirse en parte del discurso público, político y mediático.
Moldeadas y adaptadas al paladar de un público más sofisticado, han acabado penetrando en grandes medios de comunicación conservadores y en el discurso de decenas de políticos estatales y federales.
“En cierto modo (sus ideas) se han convertido en mainstream (…) Ahí tienes a Michael Savage, la estrella radiofónica con 8 millones de oyentes, contando leyendas sobre los niños centroamericanos, hablando de las enfermedades infecciosas que traen y de los hoteles de lujo donde los aloja Obama con el dinero de los americanos”, explica Mark Potok, analista de Southern Poverty Law Center (SPLC), organización que elabora informes sobre grupos extremistas para conformar un “mapa americano del odio”.
“Chillan y patalean, pero sus convocatorias son un rotundo fracaso. Se ha vuelto a escuchar a esas milicias que dicen acudir armadas a defender la frontera, pero hace diez años eran miles y ahora no deben ser más de una docena y ni siquiera se sabe dónde están”, abunda.
El perfil de tres prominentes personajes de la lucha antiinmigrantes resume esta transformación. Frente a los anticuados agitadores de pancarta y los combatientes de la frontera, se impone un modelo mucho más efectivo: el del cabildero que defiende sus ideas a golpe de cocteles y reportes analíticos que hacen llegar al Capitolio desde lujosos think tanks.
John Tanton, el cabildero
El diario The New York Times bautizó en 2011 al octogenario John Tanton como el “cruzado antiinmigración” y hoy este oftalmólogo retirado es considerado la persona más influyente del movimiento.
Hijo de un canadiense y bisnieto de inmigrantes alemanes, no se mancha en manifestaciones callejeras, ni suele aparecer en público, sino que se viste con esmoquin para influenciar a la alta política.
Lo hace presionando tanto a legisladores federales como estatales a través de organizaciones millonarias que ha ido creando en las últimas tres décadas, con donaciones de particulares y grupos nacionalistas.
Su activismo empezó hace más de medio siglo, cuando Tanton se enroló en movimientos ambientalistas, plantando árboles, limpiando acuíferos y protegiendo la naturaleza.
Su lucha contra la inmigración nació precisamente ahí.
Si la población sigue creciendo en Estados Unidos, suele argumentar, será imposible preservar virgen la naturaleza.
Tanton se sintió atraído por corrientes ideológicas de la época como el llamado “crecimiento cero”, que busca estancar la evolución demográfica para evitar que la “plaga humana” devore el planeta.
En 1979, fundó la Federación para la Reforma Migratoria Americana (FAIR), un potente think tank que promueve acabar con la inmigración ilegal, reducir al mínimo la legal y expulsar a los 12 millones de indocumentados.
Su cuartel general es una espaciosa oficina de vidrieras situada a diez minutos andando del Capitolio y frente a las oficinas de la Agencia de Inmigración y Aduanas en la capital.
Como cualquier think tank, su organización redacta documentos, organiza conferencias y elabora informes que nutren el argumentario de legisladores y funcionarios.
Presentan un discurso moderado y presentable, tratando de encajar dentro de los márgenes de lo políticamente correcto para tener más prédica en el Congreso.
Uno de sus portavoces, John Martin, accedió a una entrevista. En un excelente español, hizo notar su “gran relación” con México.
“Incluso trabajé como cónsul en Chihuahua”, dijo.
La preocupación de FAIR ante la llegada de inmigrantes no tiene nada que ver con el racismo, ni con el rechazo cultural a las comunidades extranjeras, insistió Martin.
“Las raíces de nuestro movimiento son medioambientales”, sostuvo. “Creemos que Estados Unidos no puede recibir más población porque no tiene recursos”.
Enfatiza que no hay agua ni comida suficiente para seguir absorbiendo migrantes.
“Además, los inmigrantes generan un costo económico enorme a los contribuyentes americanos”, añadió.
Diferentes investigaciones retratan un perfil muy distinto de John Tanton y sus organizaciones, donde las ambientales no son sus únicas preocupaciones.
Buceando en cartas privadas, discursos y documentos de los últimos 30 años, los investigadores del SPLC encontraron, por ejemplo, decenas de referencias supremacistas.
En sus escritos, Tanton habla de la “tradición de las mordidas” y la “falta de interés por los temas públicos” como potenciales problemas de una sociedad estadounidense con creciente población mexicana.
También insiste en que Estados Unidos no debería permitir que los “blancos europeos”, a los que llama homos contraceptivus (por sus menores tasas de natalidad), cedan terreno ante los latinos, a quienes considera homos progenitiva (porque engendran muchos hijos).
A través de una firma editorial, Social Contract Press, Tanton ha contribuido a difundir ideas supremacistas y escritos xenófobos.
Y, como todos los grupos antiinmigrantes, los think tank de Tanton tienen en su punto de mira al presidente Barack Obama.
“Creo que ahorcarlo, arrastrarlo y descuartizarlo sería incluso poco (para Obama)”, dijo a finales del mes pasado Stephen Steinlight, analista del Centro de Estudios Migratorios, otro centro de estudios fundado por Tanton.
William Gheen, el indignado
William Gheen empezó a luchar contra la inmigración ilegal en 2004, en Carolina del Norte.
Sus esfuerzos se centran en la convocatoria de protestas y la difusión de ideas a través de Internet, donde consigue reunir a cientos de simpatizantes.
Con un título universitario en Ciencias Políticas y alguna experiencia como consultor local, organiza manifestaciones y busca movilizar a los votantes, identificando a los candidatos que con más firmeza se oponen a lo que ellos llaman “la amnistía”.
Entre estos grupos prolifera todo tipo de teorías de la conspiración, que suelen incluir alguno de los siguientes ingredientes: una élite malvada (el Partido Demócrata y las grandes multinacionales), gobiernos extranjeros (generalmente México), narcotraficantes y migrantes esclavizados.
Sobre la actual crisis de los niños migrantes, Gheen sostiene que son “peones” utilizados por el presidente Obama, en connivencia con los gobiernos de México y Guatemala, en un oscuro plan para subvertir la democracia estadounidense y crear una “tiranía”.
“Empecé mi activismo cuando me di cuenta de que 400 mil ilegales se habían infiltrado en mi estado, en Carolina del Norte, donde estaban robando trabajos y dinero de los contribuyentes”, explicó en una entrevista por correo electrónico con Reforma.
Según dijo, su preocupación es que la inmigración ilegal está causando daño a americanos inocentes que no merecen ser invadidos. Ellos son las víctimas. Glen Spencer, el combatiente
Glen Spencer decidió combatir la “invasión” desde la mera trinchera.
En 2002, este empresario y consultor retirado abandonó su estado, California, y se compró un rancho de 4 hectáreas en Arizona, en el Condado de Cochise, a 300 metros de la frontera, con vistas a México.
Desde allí, con sus siete pastores alemanes, en mitad del desierto y a varios kilómetros del pueblo más cercano, dirige lo que él llama “La Patrulla Fronteriza Americana”.
Se trata de una comunidad de voluntarios que recibe cientos de miles de dólares de donaciones y que combina armas y juguetes tecnológicos para librar su guerra particular.
Spencer compró el rancho a un coronel retirado, que decidió vender su tierra después de que se produjese un tiroteo a pocos metros de la casa.
Utiliza sensores infrarrojos, cámaras especiales, vehículos e, incluso, drones para controlar lo que ocurre en la frontera y denunciar, a punta de rifle, el cruce de indocumentados.
Su obsesión es que el Gobierno federal no se preocupa por vigilar la frontera y que sólo mediante el voluntariado se puede frenar la inmigración.
Spencer no ha ocultado nunca su aversión a lo latino, que considera una verdadera amenaza.
“Si pudimos bombardear la televisión estatal de Belgrado (en referencia al ataque de la OTAN en 1999 contra el Gobierno de Milosevic), también podemos tumbar Telemundo o Univisión (canales latinos)”, dijo en una de sus intervenciones públicas.
En entrevistas y discursos, Spencer insiste en que el sur de Estados Unidos está siendo invadido por México.
“Tienen intenciones hostiles y cuando explote (el conflicto), nadie podrá decir que no lo advertimos, cuando la sangre empiece a brotar en la frontera y en Los Ángeles… aquí de lo que estamos hablando es de la reconquista”, dejó escrito en su website en 2001.
Su teoría es que los mexicanos tienen un plan para reconquistar los territorios que se perdieron en el siglo XIX y que es sólo cuestión de tiempo para que empiecen a organizar de manera violenta la reunificación.
“Los sueños de conquistar Aztlán duermen profundos en el corazón de la psique mexicana…. Esto explica por qué algunos están dispuestos a arriesgar la vida. Su objetivo es más que un trabajo, es la conquista. Creen que lo que hacen es noble, que están desafiando al gringo para recuperar lo que pertenece a México”, escribió en aquel documento.
Su obsesión le ha llevado incluso a los tribunales.
Una noche de 2003, pensando que lo que escuchaba eran pisadas de indocumentados atravesando su finca, disparó su pistola contra la oscuridad. No mató a nadie, pero agujereó, entre otras cosas, el garaje de su vecino y fue condenado de cuatro delitos, por los que tuvo que pagar 2 mil 500 dólares de multa.
Cinco años después, el FBI detuvo a las puertas del rancho a Shawna Forde, una activista que fue condenada a muerte, acusada de asesinar a un migrante y a su hija de 9 años durante un robo destinado a reunir dinero para las milicias antiinmigrantes.
Spencer siempre ha asegurado que no tenía nada que ver con el caso.