Los luchadores se quitan las máscaras e inician una pelea de incontables puñetazos y patadas hasta que uno de los dos derriba al rival en medio de hilos de sangre y gritos de un juez que da por concluida la lucha. Se abrazan y pactan una próxima lucha para el siguiente año o quedan satisfechos pero con el rostro inflamado.
Es el Takanakuy, que significa “golpearse entre sí” en quechua, un rito que se celebra en julio y diciembre en la provincia altoandina de Chumbivilcas y en mayo en el pueblo de Macha, al norte de Bolivia, donde recibe el nombre de Tinku.
En Chumbivilcas, donde 60% de sus 75,000 habitantes es pobre, ríos de alcohol animan las luchas para resolver los conflictos que puedan tener los pobladores entre sí y que han acumulado durante el año.
En Perú el ritual se ha expandido hasta pequeñas zonas de las regiones sureñas de Apurímac, Arequipa y a la capital.
“Aquí en Lima nos decían salvajes al inicio, pero es nuestra tradición desde hace cientos de años”, argumenta José Boza, presidente del Club Qorilazo, un local ubicado en la zona popular de Canto Grande que en los meses de julio y diciembre se convierte en la sede de las peleas. El ingreso es gratuito y en su interior hay una cancha de fútbol de salón que se adapta para convertirla en escenario de los combates.
En julio se celebra la festividad de Santa Ana y en diciembre el nacimiento de Jesús. “Cuando las fiestas están en su último día es cuando se produce el Takanakuy”, dice Boza.
Los orígenes del ritual no están claros, pero apuntan a una mezcla de celebraciones de santos católicos de origen español y tradiciones indígenas para la solución de conflictos existentes desde tiempos remotos en los Andes de Bolivia y Perú.
“Al inicio las primeras celebraciones de las luchas eran casi a escondidas, luego desde 1998 han sido públicas”, añade Boza.
La fama del Takanakuy comienza difundirse por Lima gracias a los vendedores de videos que ofrecen grabaciones artesanales de peleas a puño limpio en Chumbivilcas y a una universidad privada local que organizó a principios de año una exposición sobre el tema.
Los luchadores se disfrazan de personajes ligados a la historia andina: el negro, que representa al esclavo africano llevado a los Andes; el majeño, que recuerda a los comerciantes de alcohol de una zona llamada Majes; la langosta, que simboliza una plaga de insectos que asoló Chumbivilcas, y el gallo, que representa al animal luchador.
Las peleas, en su mayoría pactadas, son entre varones, mujeres y niños de más de 7 años. Durante el combate grupos de mujeres cantan un tipo de música llamado huaylía acompañadas de arpas, violines, acordeones y mandolinas.
Son melodías rítmicas cantadas en quechua con letras que dicen: “niño no tengas miedo cuando corran ríos de sangre”.
“Es así. Escucho las huaylías y mi cuerpo hierve, quiero pelear”, añade Boza.

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