John Ladd tiene dos viejas pick-ups que usa para andar por su rancho que colinda 16 kilómetros con la línea fronteriza con México. Una es una Chevy roja en la que no hace mucho transportó el cuerpo de otra persona que cruzó la frontera y murió en su propiedad. La otra es una Dodge azul en mejores condiciones, que es la que maneja ahora, a lo largo de un camino de terracería, en un pueblo no incorporado llamado Naco.
A su derecha, el ganado vagabundeaba por el mezquite y los pastos del rancho de 160 kilómetros cuadrados de su familia. A su izquierda, el conjunto de mezclas y combinaciones de vallas entretejidas que se extiende a la distancia, esta, de 3.6 metros de altura, aquella de 5.4 metros, la de acá, una malla metálica, la de allá una rejilla vertical, sección tras sección tras sección.
Ladd, de 61 años, tiene el aspecto que se espera que tenga un ranchero, con bigote abundante, miradita dura, naturalidad, así como su comportamiento, todo bien controlado bajo un sombrero vaquero manchado por el sudor. Rebotando hacia el oeste, señala los sitios donde habían levantado la valla en el pasado, como si fuera una lata de sardinas. En los últimos cuatro años, cuenta, más de 50 vehículos han pasado retumbando por los cortes a la barda y por toda su propiedad.
¿Cuál es el protocolo cuando encuentras a narcotraficantes armados que pasan en vehículos por tu propiedad? “Te haces a un lado y dices: ‘Adiós’”, dice Ladd. “No te pones en su camino porque te matan”.
Este es un aspecto de la vida cotidiana a lo largo de la frontera sur, donde las demarcaciones nacionales son borrosas por la oferta y la demanda de lo que Estados Unidos sigue anhelando: drogas y mano de obra barata. Las pérdidas intrínsecas incluyen los derechos humanos, los derechos de propiedad, el discurso civil y la seguridad de la soberanía.
Sin embargo, ¿acaso la gran muralla de Trump, como la ha propuesto el candidato republicano a la Presidencia, es la solución a los problemas de los rancheros como Ladd? ¿Si como por arte de magia se pudiera hacer que desaparecieran todos los obstáculos que incomodan, empezando con el costo de miles de miles de millones de dólares, una división de concreto construida según la estética de Donald Trump (“hermosa”, con “una hermosa puerta enorme”) y las especificaciones en constante cambio (¡7.6 metros de altura!, ¡10.6 metros de altura!, ¡¡¡16.7 metros de altura!!!), serviría para el objetivo previsto?
La respuesta que se oye una y otra vez de voz de Ladd y otros a lo largo de la frontera es un no de aburrición. “¿El muro?”, dice Larry Dietrich, un ranchero local. “De verdad, es tonto”.
Sin embargo, ¿qué tal si este hermoso muro -y “muro” es la palabra que se utiliza en la plataforma política del Partido Republicano- tuviera unos cimientos lo suficientemente profundos para desalentar la construcción de túneles? ¿Qué tal si los hermosos paneles de concreto se diseñaran para impedir que se trepen o lo brinquen? ¿Y qué tal si se extendiera cientos de kilómetros, su belleza interrumpida solo por el terreno escabroso e infranqueable?
“No va a funcionar”, nota Ladd.
‘Lo más idiota que he escuchado’
Ed Ashurst, de 65 años, un ranchero franco, que tiene tierra a unos 32 kilómetros de la frontera, es más tajante, pero necesita abordar algo primero. “Seré totalmente franco con usted”, dice con el entrecejo fruncido. “Si Hillary Clinton sale elegida, me mudo a Australia”.
El tiempo dirá si el ranchero de Arizona se verá obligado a mezclarse con el interior remoto australiano, pero su evaluación del plan de Trump es igualmente sucinto. “¿Decir que vas a construir un muro de Brownsville a San Diego?”, pregunta. “Eso es lo más idiota que he escuchado en mi vida. Y no va a cambiar nada”.
La solución que prefieren los rancheros está imbuida del fatalismo de que nada va a cambiar -dado que el gobierno es el gobierno, y los cárteles siempre van un paso adelante-, así es que, para qué molestarse. Sin embargo, así son las cosas:
Para que funcione una barda o un muro, se requieren patrullajes intensivos, las 24 horas del día, a lo largo de la frontera; de otra forma, quienes están determinados a cruzar siempre van a encontrar una forma. Sin embargo, arguyen, si tienes reclutas en el terreno, no necesitarás nada tan hermoso como la gran muralla de Trump.
Es fácil, a la distancia, descartar a los rancheros a lo largo de la frontera por ser alarmistas de derecha cuyas quejas tienen un dejo de racismo. Demasiado fácil, de hecho.
Los rancheros dirán que vieron personas con mochilas caminando por su propiedad la semana pasada, la noche anterior, muy temprano esta mañana. Algunos dirán que tienen acuerdos de mala gana para darles acceso a los cárteles de la droga, siempre que los intrusos permanezcan lejos de las casas; que los perros ladran, parpadeen las luces de movimiento o se pierden cosas.
Lo inquietante se ha convertido en lo cotidiano, dice Ashurst, y, luego, nos pregunta a mi colega y a mí que dónde vivimos. La zona metropolitana de Nueva York, respondemos.
Qué bien, dice Ashurst, todavía con el ceño fruncido. “¿Cómo les gustaría?”, pregunta, refiriéndose al desfile, que aumenta y disminuye, de extraños, algunos armados, que pasan por su puerta. “¿Ustedes creen que son más importantes que el pobre imbécil que vive en la frontera?”.
Cierto, la cantidad total de inmigrantes ha bajado en los últimos 15 años, más o menos. Aquí, en lo que la Patrulla Fronteriza categoriza como el sector de Tucson -alrededor de 233 mil 100 kilómetros cuadrados con 322 kilómetros de frontera-, hubo 63 mil 397 detenciones en el año fiscal de 2015, en comparación con 10 veces esa cantidad en el del 2001.
‘Nos observan cómo los observamos’
Paul Beeson, el principal agente de la Patrulla en el sector de Tucson, atribuye la caída a un incremento en los policías y el equipo táctico, una mejoría en la economía mexicana, y la barda que se levantó a lo largo de la frontera hace como una década.
Sin embargo, Ladd y otros rancheros dicen que ha habido un cambio inquietante: menos inmigrantes, pero muchos más narcotraficantes.
Beeson reconoce el cambio en el sector demográfico y el desafío de enfrentar a un adversario con inteligencia y capacidades de vigilancia comparables. “No tiene que mover su producto hoy”, dice sobre los cárteles. “Lo pueden mover mañana. Pueden esperar y observar, y eso es lo que hacen. Nos observan. Nos observan cómo los observamos a ellos”.
Sin embargo, dice que la Patrulla Fronteriza sigue reforzando su “infraestructura táctica” -cámaras de más alta resolución, por ejemplo, y un mayor uso de los drones. “Para nosotros es inaceptable que la gente a lo largo de la frontera esté experimentando este tipo de actividad”, dice Beeson. “Estamos haciendo todo lo que podemos”.
No obstante, es revelador que Ladd no solía cargar pistola ni teléfono celular. Eso cambió hace seis años, cuando a su amigo Robert Krentz, Jr., de quien se sabía que ayudaba a las personas sin importar la nacionalidad, lo mataron a balazos en el rancho de su familia después de que avisó por radio a sus hermanos que se había topado con otro inmigrante en apuros. Su asesinato, sin resolver, provocó la indignación nacional y llevó a una legislación estatal, cuyo objetivo es la aplicación de medidas enérgicas en contra de la inmigración ilegal. También provocó que la esposa de Ladd le exigiera que porte un teléfono celular y una Glock.
Pero, en serio, ¿de qué va a servir una Glock?
A unos 161 kilómetros al noreste de Naco, en un punto de Nuevo México llamado Animas, unas cuantas personas se reunieron hace poco para beber té helado y hablar sobre cómo están las cosas. Los Elbrock -Tricia y Ed- fijaron el tono al recordar cómo los narcotraficantes habían secuestrado a un empleado de su rancho hace unos meses.
Según ellos, los traficantes amenazaron con matar a su familia, cargaron su pick-up con paquetes de marihuana y lo transportaron, junto con la droga, 121 kilómetros hasta la ciudad de Willcox, en Arizona. Luego lo amarraron y lo abandonaron a la mañana siguiente con todo y la camioneta.
Un portavoz de la FBI en Albuquerque dijo que se sigue investigando el secuestro. En cuanto al empleado, Tricia Elbrock dijo: “Está en terapia”.
El miedo, la frustración, el sentido de abandono -pueden ser agotantes. “Nada parece funcionar porque seguimos comprando lo que vienen a vender”, dijo Crystal Foreman Brown, de 62 años, una artista y anfitriona en la conversación con té helado. “Pero este problema de la barda de Trump por lo menos saca el problema de que hay un problema. Que los funcionarios en Washington actúen como que somos tontos e histéricos; es algo inconcebible”.
De vuelta en Naco, Ladd continúa con su trayecto que levanta tierra, entre México y su rancho, a lo largo de un camino de 18 metros, llamado Roosevelt Easement. Su familia ha estado en Naco durante más de un siglo -de hecho, antes de que existiera Naco. Algunos dicen que el nombre proviene de combinar las dos últimas letras de Arizona y México, pero él no está tan seguro.
Naco es un lugar tan apacible que parece no haberse beneficiado gran cosa por ser un puerto sancionado de entrada a México. A la inmovilidad, se añade una colección de barracas abandonadas, construidas hace un siglo para las tropas estadounidenses que persiguieron al revolucionario mexicano Pancho Villa después de que atacó la ciudad de Columbus, en Nuevo México.
Nunca lo atraparon.
Más sufrimiento que alegrías
Ladd dice que su familia ha respaldado a tres mexicanos para que consigan la ciudadanía estadounidense; pero ha visto más sufrimiento que alegrías en la frontera. Al paso de los años, dice, en su propiedad, se han encontrado 14 cadáveres de personas que trataban de llegar a alguna otra parte. El más reciente fue en septiembre. Una partida de seis personas quedó atrapada por una inundación; se rescató a cinco y el cuerpo del sexto se encontró varios días después.
Ladd esperó a las autoridades, pero estaba oscureciendo. Llevó el cuerpo en su pick-up roja hasta la carretera Ruta 92, donde una funeraria se hizo cargo.
Al pasar con estruendo por el camino lleno de agujeros, Ladd señala hacia su izquierda y, refiriéndose a los cárteles, dice: “Aquí es donde cortan la valla para que pasen sus camionetas”.
Se parece al vecino de algún museo de arte que ha memorizado la historia de las exposiciones permanentes, y va comentando sobre los diseños en la vallas, en cambio continuo, mientras maneja, y nota la insignia de las unidades militares que colocaron algunas en nombre del Departamento de Seguridad Interna.
La camioneta se detiene de pronto. “Pero bueno, mire hacia allá”, dice Ladd señalando a su derecha. “Me cortaron la barda”. Volvieron a cortarla y Dios sabe cuántas veces se han alejado sus vacas por eso.
El ranchero mete las manos ásperas en unos guantes blancos de labor y toma una bola de mecate azul para heno. Pronto, une lo que estaba roto, mientras las nubes plomizas, cargadas de lluvia, se mueven hacia el este desde las montañas Huachuca y el viento silba a través de la división de malla.