En las próximas semanas escucharemos la cantaleta de la soberanía nacional representada en el petróleo y la electricidad. Pemex y la CFE serán los estandartes del Gobierno para hacernos creer que México está amenazado por empresas extranjeras que quieren quedarse con lo nuestro.
La última vez que un presidente quiso hacer valer la mentira de la soberanía, tuvimos una crisis enorme. José López Portillo, enfurecido porque el petróleo había bajado de precio, ordenó a Jorge Díaz Serrano, director de Pemex, hacer valer contratos donde el petróleo tenía altos precios. La guerra entre Irak e Irán elevó el barril a 38 dólares. Una fortuna para ese entonces. Las arcas públicas rebosaban de ingresos mientras el Gobierno invertía en todo y botaba el dinero como si no hubiera mañana. Según López Portillo, teníamos que “administrar la abundancia”.
Cuando vino el ciclo de baja en el petróleo, todo reventó. El peso se devaluó, los capitales huyeron, el Banco de México se quedó sin reservas y Hacienda tuvo que pedir prestado a Estados Unidos para evitar una catástrofe mayor. El Presidente, en lugar de tragarse su orgullo y aceptar una derrota, volteó a la banca y culpó a sus dueños de la crisis. Como era un autócrata priista, la expropió sin consultarlo con nadie.
Tardamos ocho años en recuperarnos y el Presidente se fue con su hueso porque había prometido defender el peso como un perro leal y había fallado. La gente le ladraba cuando lo reconocía en algún lugar público.
De ahí en adelante ningún presidente se quejó de la pérdida de soberanía nacional para tomar decisiones. En un mundo globalizado la independencia quiere decir tener crecimiento, productividad y una macroeconomía sana. Hoy la amenaza sobre la soberanía no proviene de fuera sino de adentro. Según la inteligencia militar norteamericana, un tercio del país no vive gobernado por las instituciones sino por grupos de poder que prevalecen sobre las autoridades electas.
Si la independencia energética fuera la muestra de soberanía, la mayoría de los países europeos no la tendrían. España, Italia, Alemania, Irlanda, Suiza, Holanda y Bélgica no serían soberanos. Incluso en la tragedia de la guerra de Putin contra Ucrania no dobla a la Unión Europea con su embargo de gas. La van a pasar mal un tiempo pero recuperarán y acelerarán el paso con diversas fuentes renovables. Al tiempo los harán más independientes de Rusia y la OPEP y forjarán una nueva revolución industrial.
Japón, Corea del Sur, Taiwán y Singapur carecen de petróleo pero no por ello son menos soberanos. Su autodeterminación se funda en la productividad, educación y la globalización de sus productos y servicios. Incluso India y China, con la tercera parte de la población mundial dependen del petróleo del Golfo Pérsico y de Rusia.
¿Cómo podemos ser soberanos si cada día aumenta la importación de gas y gasolina, si tenemos que comprar maíz, trigo y arroz del extranjero, si dependemos de medicinas, tecnología, partes y suministros industriales del extranjero? Incluso tenemos la dependencia de remesas de nuestros paisanos. Alguna vez Trump tuvo la perversa idea de ponerles impuestos.
Los países exitosos no andan lloriqueando su soberanía, ni se envuelven en su bandera para hacerlo. Quienes lo hacen como Cuba y Venezuela, viven en la miseria a pesar de ser inmensamente ricos en recursos naturales. ¿De qué les sirve gritarle al “imperialismo”? De nada.