“La revolución de las conciencias ha reducido al mínimo el analfabetismo político”.
Andrés Manuel López Obrador
Todos los presidentes de México han ofrecido en sus informes visiones extraordinariamente optimistas de sus acciones de gobierno. Andrés Manuel López Obrador, sin embargo, los supera a todos. Sus informes, y ha acumulado 15 en tres años y 10 meses, de los cuales el de ayer fue el cuarto entre los que ordena la Constitución, son más optimistas que cualquiera. Cuando afirma que “No somos iguales” se refiere quizá a que él es más triunfalista que cualquier otro presidente en la historia.
Los informes oficiales de López Obrador no ofrecen novedades ni anuncios espectaculares, como la estatización de la banca de José López Portillo en 1982. Repiten, en efecto, mucha de la información que él mismo presenta en sus conferencias de prensa diarias, incluso la que ya ha sido cuestionada.
Ayer, por ejemplo, AMLO reiteró la información que ya había dado en una mañanera según la cual en su gobierno ha mejorado la distribución del ingreso. Con información de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) del Inegi, afirmó: “Hemos logrado aminorar la desigualdad y la pobreza”. Pero solo una lectura muy tergiversada de ese estudio del INEGI permite llegar a esa conclusión.
Hay, efectivamente, un minúsculo incremento de 1.3% entre 2018 y 2020 en el ingreso del 10% más pobre de los hogares. El ingreso del decil más rico, por otra parte, cayó 9.2%, por lo que su ingreso promedio se redujo de 18 a 16 veces el del decil más pobre. Sin embargo, el presidente omitió reconocer que el 90% de los hogares, incluyendo la mayoría de los pobres, sufrieron una reducción en su ingreso. Es paradójico suponer que un empobrecimiento de nueve de cada 10 familias es un triunfo para la igualdad.
Es falso, por otra parte, que haya bajado la pobreza. Según el Coneval, entre 2018 y 2020 la pobreza general pasó de 41.9 a 43.9% de los hogares, lo cual significa un aumento de 51.9 a 55.7 millones de personas. La pobreza extrema, la que sufren las familias que no pueden siquiera alimentarse de manera adecuada, pasó de 7 a 8.5% de las familias, o un aumento de 8.7 a 10.8 millones de personas. Quizá el presidente pudo haber argumentado que este retroceso fue producto de la pandemia, pero no decir que bajaron la desigualdad y la pobreza.
Otras afirmaciones del informe son igualmente cuestionables. El presidente afirmó, por ejemplo, que “la inversión pública ha reactivado la industria de la construcción”. Quienquiera que conozca las cifras, por ejemplo, las que publica el Inegi, sabe que la construcción está en un nivel abismalmente bajo en comparación con sus niveles de 2018 y años anteriores. Es cierto que la inversión pública puede ser un multiplicador de la inversión total, como dijo ayer el presidente, pero su gobierno apenas ha invertido el 2.5% del PIB, contra 2.9% de Enrique Peña Nieto en 2018 o 6% del odiado Felipe Calderón en 2009.
Estas son solo algunas pinceladas de una avalancha de datos optimistas en el cuarto informe que resultan cuando menos cuestionables. Y lamento que haya tantos, porque realmente, como dijo el presidente, estamos viviendo un momento de grandes oportunidades, solo que muchas se están desperdiciando.
Celebro que López Obrador esté “bien y de buenas”; pero un poco más de realismo habría ayudado a destacar los logros reales, que los hay, y poner en la mira los muchos puntos en que su gobierno está quedando a deber.
Ejercicio
Recuerdo los tiempos en que había un verdadero ejercicio republicano y el presidente rendía un informe de gobierno en una sesión conjunta del Congreso con la presencia de todos los legisladores. Hoy el informe se manda con un propio y al mensaje presidencial asisten solo los incondicionales.
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