La Zona Piel en León es un fenómeno de éxito comercial que crece y desborda locales, calles y banquetas, hasta convertirlo en un conflicto urbano. Todo lo que gira alrededor de la Central Camionera -y más allá- son pequeños comercios que desplazan calzado popular por mayoreo y medio mayoreo. Tan bien les va, que año con año se suman más emprendedores a este sector. Ahora hay cientos.
Hace casi cuatro décadas, la Plaza del Zapato acercó el comercio al menudeo del calzado. El espíritu y los productos de pequeños fabricantes comenzaron a poblar las calles aledañas a la Hilario Medina. Los compradores llegaron de todas partes cercanas a León. Algunos en camioneta propia compran por docenas, otros microcompradores llevan a sus pueblos calzado en la cajuela de los autobuses.
Todo se desbordó a tal grado que los comercios formales ocupan las banquetas para que competidores ocasionales no tapen sus tiendas. A diferencia de los “Outlets” del calzado en el bulevar Aeropuerto, donde la chispa empresarial abrió una nueva oportunidad comercial para nuestros industriales, la Zona Piel alimenta a cientos de productores y proveedores incipientes. Desde el puente República en el Coecillo comienza la cadena de tlapalerías, proveedores de maquinaria, y productos semiacabados.
Toda esa zona hay que verla como una oportunidad y no como un problema. Es un clásico tema de buen gobierno y un reto fantástico (en el buen sentido de la palabra) para los planeadores. Con algo de ingenio podría rediseñarse todo el Coecillo, o casi todo, como el centro comercial zapatero más grande de México. Al igual que toda zona comercial boyante, la Zona Piel tiene los precios más caros de tierra por metro cuadrado. Un pequeño local vale millones.
Si el Ayuntamiento y su IMPLAN no proyectan un cambio y promueven el crecimiento ordenado de esta parte de la ciudad, al tiempo la Zona Piel será un horrible gueto más en la ciudad. Si, en cambio, el municipio amplía el uso de suelo a muchas manzanas más y promueve su funcionalidad y embellecimiento, puede convertirse en un atractivo no sólo comercial sino turístico.
Claro que hay problemas inherentes a la informalidad, la venta de productos pirata y una competencia desleal con los fabricantes que cobran y pagan IVA y cumplen con sus obligaciones laborales y fiscales. A finales del siglo pasado, un economista peruando llamado Hernando de Soto, descubrió que la principal causa de ese fenómeno que da empleo a la mitad de la población en México -y en casi toda Latinoamérica- se debía a la tramitología burocrática, a la normatividad excesiva, la corrupción y a la complicación para tributar.
Ese es todo un tema para la autoridad. Tan solo para conseguir una cita de registro de una nueva sociedad ante el SAT hay que esperar semanas; para obtener escrituras, registros públicos, pago a notarios y dar de alta ante el Seguro Social se requiere una carga administrativa que los microproductores se ahorran trabajando en la informalidad. Aún así lo peor sería que el espíritu emprendedor, como el que hay en la Zona Piel, fuera liquidado con multas y más burocracia. Por lo pronto el reto es transformar uno de los barrios tradicionales de la ciudad en una zona comercial más amplia y ordenada. No hay como un Ayuntamiento y un gobierno estatal emprendedores para lograrlo.