La historia muestra que concretar las grandes transformaciones que nacen como una idea de superación de los pueblos requiere de la inmutable convicción de las personas que las inician, al igual que del compromiso irrestricto de quienes las deben continuar. 

Pienso, por ejemplo, en el último viaje del general Simón Bolívar, inmortalizado por la narrativa de Gabriel García Márquez. Los días finales del libertador fueron una mezcla entre el sueño no cumplido —unir a toda América— y el abandono que sufrió por parte de quienes lo acompañaron en sus días de gloria. Bolívar hizo lo que le correspondía, pero quienes venían detrás se desviaron: se interesaron más por el poder que por lo que habían luchado durante tanto tiempo.

“Cómo voy a salir de este laberinto”, la última frase que el general pronuncia en la novela del gran autor colombiano, ejemplifica que los procesos de transición no son rectilíneos, sino que están llenos de vueltas inesperadas que nos pueden conducir a callejones sin salida. Soy de la idea de que quienes iniciamos y transitamos en la política con la intención de lograr cambios profundos siempre entramos a un laberinto, pues no se trata de un ámbito sencillo y requiere la toma constante de decisiones que nos dirigen en una u otra dirección.

En el año 2018 logramos concretar un proceso que desplazó el péndulo político del país. Han transcurrido cuatro años y aún seguimos recorriendo el laberinto. La transición política está inacabada, el cambio del régimen no ha concluido, y el establecimiento de las bases para el proceso de transformación está inconcluso.

A lo largo de este recorrido pudimos advertir que la política social ha sido acertada y exitosa, al igual que la separación entre el poder político y el económico. El combate a la corrupción es la insignia central de la administración actual; no obstante, si bien se avanza con medidas de prevención, como la eliminación del fuero presidencial, la revocación de mandato, la prohibición de condonar impuestos, y la transparencia en el ejercicio del gasto público, junto con la austeridad republicana, este cáncer todavía no está totalmente erradicado.

Como parte de este recorrido existen asignaturas pendientes. Se debe combatir la inseguridad pública como la causa de que territorios completos estén fuera del control institucional del Estado; hay que continuar con el proceso de recuperación de nuestra economía, devastada por la COVID; hacer frente a la escasez de recursos, para inyectarlos a las industrias y los comercios, y generar más y mejores empleos, pues el poder adquisitivo está siendo duramente afectado por la inflación.

Cada uno de estos factores es una vuelta más en el entreverado camino que emprendimos hace décadas y en el cual hemos logrado avanzar para posicionarnos en su última etapa.

Lo más atractivo de un laberinto es que, por complejo que sea, a pesar de sus dificultades y particularidades, quienes lo inician saben que existe un camino que conduce a la gratificante acción de concluirlo. En 2024 estaremos cerca de este punto, pero alcanzar la salida presenta dos grandes desafíos, que son continuar con el proyecto de transformación que se impulsa desde el 2018 y refrendar en las urnas la legitimidad ciudadana de la Cuarta Transformación.  

Por cercana que parezca esa salida, no se debe perder de vista que la amplia popularidad del Presidente y el posicionamiento de Morena en el ánimo ciudadano son una brújula importante, pero no un factor único ni determinante del rumbo que se habrá de tomar. Para salir del laberinto necesitaremos, sí, una estructura de movilización ciudadana, pero sobre todo una candidatura que se aleje de la ambición del poder por el poder, y se afiance como una representación socialmente plural, capaz de consolidar el proyecto de nación iniciado hace cuatro años.  

 

@RicardoMonrealA  

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