Termina 2022 y la agenda sigue siendo la del gobierno. No han logrado las oposiciones cambiar la conversación. Reactivas, responden cotidianamente a las pistas de Palacio y no son capaces de ocupar el centro del espacio público. Es cierto que el año se va con un par de victorias significativas de las oposiciones. Una movilización ciudadana que expresó con claridad que, para miles, las instituciones democráticas se sienten propias y merecen defensa. Una coalición legislativa que pudo detener una reforma constitucional devastadora. Las oposiciones lograron impedir que el gobierno descabezara al Instituto Nacional Electoral. Al mismo tiempo, el año deja muestras muy claras de la debilidad esencial de esas oposiciones. La máquina de hacer leyes la controla firmemente el régimen y con ella puede hacer un daño enorme. Fue aprobada así una reforma electoral muy nociva que debilita y desprofesionaliza al árbitro. Con el pretexto de la austeridad, se corroe la estructura institucional de la democracia. 

Pero la debilidad mayor de las oposiciones es la torpeza con la que se mueve hacia la elección presidencial. El tiempo pasa y las confusiones en ese frente son enormes. El contraste no puede ser mayor. En el oficialismo hay competidores abiertos y una ruta clara. Se muestra el látigo de la disciplina que intimida a quienes pudieran coquetear con alguna alternativa. La baraja es visible. A los precandidatos se les promueve desde la presidencia y se usan con descaro los recursos públicos para beneficiar a quien parece la favorita del Palacio. El mecanismo de decisión es también conocido. La candidatura se decidirá a partir de una encuesta. Es claro que el instrumento se está diseñando para la opacidad. No se hará una pregunta llana, sino una serie de preguntas cuya ponderación es un misterio. Por supuesto, no se diseña un instrumento técnico sino un mecanismo que magnifica la discrecionalidad del supremo elector. 

Pero no pretendo hacer aquí la crítica del nuevo tapadismo. Lo que me interesa en este espacio es resaltar el contraste. A unos meses de que se decidan las candidaturas por la presidencia de la república, el oficialismo tiene contendientes e itinerario. Conocemos los nombres de los tapados y el mecanismo formal que se usará para decidir la candidatura del continuismo. La oposición no tiene baraja ni ruta. 

No es temprano para pedirlas. La formación de una candidatura competitiva exige tiempo, sobre todo en un frente opositor que no ha encontrado figuras que hagan sombra a los personajes del régimen. No aparecen en el congreso, ni en los gobiernos estatales, ni en la estructura de los partidos. El PRI, hace unos meses, en la brevísima pausa entre un escándalo y otro de su dirigente, organizó un desfile de pretendientes que fue una llamarada de petate. Se presentaron, expresaron su ambición, dieron alguna entrevista al día siguiente y volvieron a sumirse en la oscuridad. El evento no fue el inicio de un recorrido, sino un instante. El PAN podrá hacer una lista de sus personajes, pero sigue sin estrategia para subirse al escenario. Las oposiciones, en efecto, siguen siendo espectadoras. Miran la política y esperan sin definir un plan de acción. 

Siendo grave ese desierto, lo es más la falta de claridad en el rumbo para definir la opción opositora. No hay hasta este momento ninguna pista del camino que seguirán las oposiciones para definir su candidatura. Solamente el deseo de buscar una candidatura común, pero no la manera en que ésta se construiría. Lo que resulta crucial para lograr ese objetivo es el acuerdo procesal. No el acuerdo de programa sino el acuerdo de proceso. Antes que cualquier otra cosa, es indispensable la definición de las reglas para cocinar la alternativa. Si los partidos de oposición quieren llegar juntos a la elección, deberían haber definido ya el método para sellar esa alianza. ¿Se cree de veras que un pacto entre las dirigencias de los partidos viejos puede ser plataforma de lanzamiento de una opción viable? Quien apuesta por el humo blanco del cónclave opositor diseña un fracaso estrepitoso. 

Para que haya alternativa es urgente el trazo de la ruta. Si hay método, habrá contendientes.

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