Es increíble pensar, al principio, que el destino del ser humano, toda su nobleza y toda su degradación, sea decidido por un niño de no más de seis años, y generalmente de tres”.

-Eric Berne-

El análisis transaccional es un método derivado de la psicología humanista propuesto por Eric Berne en los años 50. Desde entonces ha sufrido algunas variaciones, pero la mayoría de sus componentes siguen siendo los mismos. En particular, lo que tiene que ver con los estados del yo. Este modelo se basa en tres estados básicos: el Padre, el Adulto y el Niño.

El estado del Yo Padre tiene que ver con la moral, lo ético, lo correcto en cada momento. Este estado del Yo se ve profundamente influenciado aquellas figuras de autoridad que marcaron los límites y definieron lo que está bien y lo que está mal. 

El estado del Yo Niño es la parte de nuestra personalidad y conducta más influenciada por el entusiasmo, los deseos, los impulsos. Aunque también se ve enormemente afectada por nuestra inseguridad, la crueldad, el egoísmo. No obstante, contrariamente a lo que se podría pensar, el Yo Niño debe salir a divertirse. Reprimirlo puede provocar un desarrollo negativo en nuestra parte Adulta.

El estado del Yo Adulto podría definirse como una confluencia de los dos estados anteriores. Es el estado racional. Es la parte que reacciona y actúa de una forma más realista, ya que tanto el estado del Padre como del Niño se ven influenciados por las emociones y las reacciones innatas o automáticas.

El niño es el más básico de los estados del yo. Corresponde a los impulsos más elementales, que se aprendieron y se esgrimen desde la infancia y que, por diversas razones, han quedado fijados en nuestra personalidad. En principio, tiene que ver con expresar lo que sentimos y pensamos de forma completamente espontánea.

Al estado del Yo Niño corresponden los impulsos, las fantasías ilimitadas y todo el mundo de lo irracional. Nuestro niño interior tiene una parte sana y una parte herida. La primera se manifiesta cuando actuamos espontáneamente, somos auténticos, disfrutamos, damos y entregamos amor. Y la parte herida se expresa cuando actuamos de forma, inmadura, irracional. Cuando el miedo, la rabia y otras emociones insanas dominan nuestra vida y nos llevan a actuar de forma desproporcionada y que no se corresponde con lo que está sucediendo. 

Todas las personas llevamos dentro un niño (a) pequeñito. Me refiero a ese niño que es sinónimo de alegría, creatividad e imaginación, pero también de miedos, angustias y desconcierto. Este niño interior, con sus luces y sombras, se refleja en muchos de nuestros actos cotidianos y en las decisiones que tomamos.

Un niño (a) interior herido puede hacer que un individuo se sienta indigno, e inseguro desde la niñez hasta la edad adulta. El niño interior se forma fundamentalmente a partir de las experiencias. Dependiendo del tipo de experiencias y de cómo las interiorizamos, el niño interior puede ser una ‘personita’ alegre, optimista y sensible o, por el contrario, alguien temeroso de la vida, enfurruñado e irascible.

Las huellas del acoso, el abuso y la negligencia en la infancia, pueden reprimirse, pero tarde o temprano emergen en la vida adulta, si no son resueltas. Cada situación no resuelta, no sanada, no amada, va creando nuestro mapa mental, cómo vamos a ver la vida a partir de ese momento, tener un niño (a) interior lastimado, trae consecuencias en nuestra etapa adulta. 

No sentimos amor por nosotros mismos, no nos respetamos y no estamos agradecidos por el milagro del cuerpo y de la mente; mendigamos amor, ponemos las necesidades de los otros por encima de las nuestras, buscamos la aprobación de los demás como lo hacíamos con papá y mamá

Para sanar, en primer lugar, hay que tomar consciencia que fuimos heridos. En segundo lugar, hay que aceptar el dolor que sigue estancado en el cuerpo y el inconsciente, y la persona debe permitirse sentirlo. Y, en tercer lugar, hay que comenzar a conocerse. Muchas veces lo que éramos, externamente, era una máscara para protegernos (ser los más amables, mejores amigos, hijos, tratar de ser perfectos, complacer al otro para buscar su amor). La maravillosa parte infantil de mi misma (o), al igual que todas las partes de mi ser, necesitan amor para subsistir y esa es mi responsabilidad.

¡Ah! los y las niñas que tienen pocos años alcanzan a captar muy bien que persona adulta tiene un niño (a) natural y quien lo tiene muy herido.

Felicidades a todas y todos los niños.

¡Por la Construcción de una Cultura de Paz!

manuelramos28@gmail.com

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