Un par de años atrás (Guía 406, Tachas 425) comentaba la pérdida del gran ser humano, lo intuía por sus escritos, que fue Oliver Sacks. Por entonces, ya llevaba un lustro de haber fallecido y no tenía conocimiento de la publicación de sus últimos escritos, ni que se éstos fueran traducidos al castellano. Sacks, nacido en 1933, y educado entre la tradición judía y la inglesa, fue uno de los divulgadores científicos más destacados del siglo pasado, no sólo por su especialización en las neurociencias, rama de la medicina de formidable desarrollo en el último siglo, sino por su estilo de escritura forjado por el contacto con grandes obras de la música, las artes plásticas y la literatura occidental. Criticado acerbamente por algunos de sus pares científicos; algunos le achacaban falta de rigor científico e incluso ser el médico «que confundió a sus pacientes con una carrera literaria», parafraseando uno de sus mejores libros; recibió numerosos reconocimientos académicos y civiles a lo largo de su vida.
Su libro póstumo es no sólo una autobiografía construida con múltiples fragmentos, también un canto a la vida y la despedida del mundo de un ser humano excepcional.
A medida que se acerca la muerte, uno podría consolarse pensando que la vida continuará…, no la suya, sino la de sus hijos, o la de lo que ha creado. Al menos podemos depositar nuestras esperanzas en ello, aunque no haya ninguna para nuestro yo físico ni (para aquellos que no son creyentes) ninguna conciencia de supervivencia espiritual tras la muerte del cuerpo.”
Sacks se despide hablando de sus pasiones, la natación, que practicó de manera casi diaria a lo largo de toda su vida; la ciencia, sus descripciones de los museos y gabinetes científicos del Queen’s College de Oxford, así como las vidas de químicos precursores como Humphry Davy; y por supuesto, los libros, que a contrapelo de la digitalización indiscriminada, siguen poblando las bibliotecas.
yo no quiero un Kindle, un Nook ni un iPad, ni nada que se me pueda caer en la bañera o romperse, y cuyos iconos no puedo ver si no es con la ayuda de una lupa. Quiero un libro de verdad hecho de papel con la letra grande, un libro que pese, que huela a libro, tal como han sido los libros durante los últimos quinientos cincuenta años, un libro que me pueda meter en el bolsillo o guardar con sus semejantes en mis anaqueles, donde mi vista lo distinga cuando menos me lo espere.”
Pasan las personas, pasa la vida, sólo podemos seguir conversando con ellos en sus libros. Consciente de ello, Oliver Sacks, nos lega sus mejores y más profundos mensajes en su último adiós.
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