Todos han cruzado ya el río Rubicón: sin importar lo que digan las leyes electorales, presenciamos estas semanas el lanzamiento al ruedo de los aspirantes a la presidencia de México. Aun bajo el maquillaje de una competencia interna y fraternal, que conlleva el abandono de sus trabajos como funcionarios electos o designados, los aspirantes oficialistas han desplegado una publicidad que no tenía parangón en este país, acostumbrado por décadas a la figura del tapado; ese candidato señalado a último momento como sucesor idóneo, ante el cual la camarilla de aspirantes no tenía más derecho que aceptar gracias a la férrea disciplina partidaria. Algo que evitaba pugnas abiertas y revestía al poder del presidente de un aura imperial, evocadora de las adopciones de los Césares en la época de los Antoninos.
En este aspecto, quienes invocan las raíces autoritarias de Morena y su calca de las formas del PRI parecen equivocarse porque, a menos que en unos meses veamos una intervención directa del presidente en el proceso interno para “corregir” alguna de los sondeos programados, todo deberá decidirse con base en la opinión de encuestados.
Lamento que entremos en este juego tan anticipado y vocinglero, donde los medios, expertos en jugar el juego presidencial, seguramente estarán más pendientes de los aspirantes que de lo que resta de gobierno lopezobradorista. La oposición, que también gusta bailar al ritmo que marque AMLO, en lugar de concentrar sus fuerzas para presentar con más respeto a los tiempos y las formas un candidato viable, sigue mostrando una dispersión muy favorable a los intereses de su némesis.
Y si se madruga en el ámbito federal, en Guanajuato no se iba a hacer menos: desde hace semanas está en campaña la favorita del gobernador Diego Rodríguez Vallejo. Los actos de campaña en favor de Libia Dennise García por parte de la maquinaria de gobierno son más que evidentes. Aunque critiquen el populismo, el uso de recursos públicos para hacer campaña, y el autoritarismo del gobierno federal no hay duda: bien saben hacer uso de las mismas herramientas: tarjetas rosas, mítines disfrazados de celebración, acarreados a granel pagados con nuestros impuestos a un año de la elección. Dicen no ser lo mismo, pero cómo se parecen…
Los electores potenciales estaremos durante un año a merced de su pugna por nuestra memoria; ese reducto personalísimo donde cada uno de nosotros almacena y pondera las actuaciones de los gobernantes actuales y de quienes nos querrán gobernar. Hacia allí estarán dirigidos todos sus discursos, videos, memes, tiktoks, jingles y ocurrencias. Paciencia, paciencia. No será nada fácil porque esa misma lucha se librará en paralelo a la que sigue matando a más de 30.000 mexicanos cada año, dentro de los cuales más de la décima parte serán guanajuatenses. Una guerra que se diluye en los medios gracias a la algarabía electorera. Lo dice el viejo adagio: no por mucho madrugar amanece más temprano.
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