Mientras que gran parte del resto del mundo industrializado se ha vuelto más laico en el último medio siglo, Estados Unidos parece ser una excepción.
Los políticos aún terminan sus discursos con la frase: “Dios bendiga a Estados Unidos”. Al menos hasta hace poco, había más estadounidenses que creían en el nacimiento virginal de Jesús (el 66 por ciento) que en la evolución (el 54 por ciento).
Sin embargo, cada vez hay más pruebas de que los estadounidenses son cada vez menos religiosos. Se están alejando de las iglesias, rezan menos y es menos probable que digan que la religión es muy importante en su vida. Por primera vez en las encuestas de Gallup, solo una minoría de adultos en Estados Unidos pertenece a una iglesia, sinagoga o mezquita (la mayor parte de la investigación se centra en los cristianos porque representan alrededor del 90 por ciento de los creyentes en Estados Unidos).
“En este momento, estamos experimentando el cambio religioso más grande y rápido en la historia de nuestro país”, escriben Jim Davis y Michael Graham en un libro publicado esta semana, “The Great Dechurching”.
Los grandes cambios religiosos del pasado eran los “grandes despertares” periódicos que comenzaron a mediados del siglo XVIII y provocaron un aumento de la asistencia religiosa. Ahora, estamos ante lo opuesto: unos 40 millones de adultos estadounidenses que alguna vez fueron a la iglesia, han dejado de ir, sobre todo en el último cuarto de siglo.
“En los últimos 25 años, han abandonado la Iglesia más personas que todas las que se convirtieron al cristianismo durante el Primer Gran Despertar, el Segundo Gran Despertar y las cruzadas de Billy Graham juntos”, afirman Davis y Graham en su libro.
Este “desiglesiamiento”, como ellos lo denominan, se puede ver en la mayoría de las denominaciones, pues el número de presbiterianos y episcopales, así como de evangélicos como los bautistas del sur, ha disminuido. Los fieles blancos y negros han dejado de ir a la iglesia en porcentajes similares, aunque la asistencia religiosa de los hispanos ha descendido menos.
Para ser claros, Estados Unidos sigue siendo una nación inusualmente piadosa en comparación con el mundo rico. Según el Centro de Investigaciones Pew, el 63 por ciento de los adultos estadounidenses se identifica como cristiano, pero en 2007 ese porcentaje era del 78 por ciento. Y en el mismo periodo, el porcentaje de adultos que dicen no tener religión ha aumentado de un 16 a un 29 por ciento.
Si esta tendencia continua a ese ritmo, es posible que para mediados de la década de 2030 menos de la mitad de los estadounidenses se identifiquen como cristianos.
Existen varias teorías que explican por qué el cristianismo pasa por dificultades y es probable que influyan múltiples factores. Uno de los señalados por Davis y Graham es que, a mucha gente, la Iglesia no le ha parecido muy cristiana.
Cuando el reverendo Jerry Falwell dijo que el sida era un juicio letal de Dios sobre la promiscuidad, transmitió una santurronería que en las décadas de 1980 y 1990 le permitió a gran parte de la derecha religiosa ignorar el sufrimiento de las personas con el virus.
Jesse Helms, un líder de la derecha religiosa en el Senado, incluso sugirió en 1995 que el financiamiento para combatir el sida debería reducirse porque los hombres homosexuales contraían el virus mediante “una conducta deliberada, repugnante y detestable”. En retrospectiva, la conducta más inmoral en Estados Unidos a fines del siglo XX no tenía lugar en los baños a los que asistían las personas homosexuales, sino en las iglesias conservadoras, donde los fanfarrones predicaban la homofobia, apoyaban a intolerantes como Helms y se resistían a los esfuerzos para contrarrestar el sida, lo que permitió que millones de personas, homosexuales y heterosexuales por igual, murieran en todo el mundo. Eso no es moralmente inspirador.
Luego, en 2001, Falwell y el reverendo Pat Robertson sugirieron que los ataques terroristas del 11 de Septiembre eran el castigo de Dios por el comportamiento de feministas, homosexuales y laicistas. Mi opinión fue que Dios debería haberlos demandado por difamación.
El hecho de que muchos líderes cristianos hayan apoyado a Donald Trump, incluso cuando se jactaba de agredir a las mujeres, separaba a los niños de sus padres en la frontera y apoyaba una insurrección, fue para algunos un último indicio de decadencia moral.
(Es importante señalar que las iglesias conservadoras tenían otro lado que trabajaba incansablemente y sin mucho reconocimiento para atender la enfermedad y la pobreza, como he escrito a menudo. Fueron evangélicos como Michael Gerson quienes en 2003 ayudaron a convencer al presidente George W. Bush de que adoptara una iniciativa a gran escala para luchar contra el sida en todo el mundo. Puede que ese sea el mejor programa estadounidense de mi vida, pues hasta ahora ha salvado unos 25 millones de vidas en todo el mundo. Les debemos a Bush y a los evangélicos nuestro agradecimiento por ello).
La pérdida de comunidad religiosa tiene implicaciones de gran alcance. Las congregaciones son una parte importante del capital social de Estados Unidos, que proporcionan compañía, despensas de alimentos y son un pilar de la vida comunitaria. También hay pruebas de que la fe religiosa está asociada a una mayor felicidad y a una mejor salud física y mental.
Uno de los comentaristas religiosos contemporáneos más reflexivos, Russell Moore, un evangélico que ahora es editor de Christianity Today, reconoce de manera directa los retos por venir.
“El cristianismo estadounidense está en crisis”, escribe Moore en su nuevo libro, “Losing Our Religion”. “La iglesia es un escándalo en todos los peores sentidos”.
Moore critica con dureza la manera en que muchos líderes evangélicos apoyaron a Trump y le duelen los escándalos de abusos sexuales en la iglesia. En su propio ministerio, Moore dijo que cada vez se entera de más jóvenes cristianos comprometidos que están molestos porque sus padres se han radicalizado en la política: “Era menos probable oír hablar de hijos descarriados que salían al ‘mundo real’ y perdían la fe que de padres descarriados que se retiraban a un mundo imaginario y perdían la cabeza”.
Moore cita datos que sugieren que la razón por la cual la gente abandona las iglesias no es tanto que hayan dejado de creer en Dios sino que han perdido la confianza en sus líderes religiosos y en el liderazgo moral de la Iglesia. Él cree que la fe todavía puede recuperarse, yo no estoy tan seguro.
Tal vez charlatanes religiosos como Falwell hayan querido marcar el comienzo de un nuevo gran despertar, pero en realidad han enseñado a millones de estadounidenses a desconfiar de ventrílocuos petulantes que dicen hablar en nombre de Dios.