El más preparado de los funcionarios mexicanos es, sin duda alguna, Marcelo Ebrard.
En el Secretario de Comercio está la esperanza de una buena negociación con Estados Unidos, de un resultado favorable ante la embestida de Donald Trump en contra de México.
Bien dice Ebrard que debe de imperar el sentido común en las negociaciones que vienen, que con Trump deben de ser fríos (no calentarnos ante lo que dice). La última gracejada del “agente naranja” fue insultar a Canadá nombrándola como un estado de Estados Unidos, es decir, un subordinado norteamericano.
Trump bromea e insulta al pueblo canadiense haciendo creer que puede ser un apéndice de Estados Unidos, justo después de que Justin Trudeau lo visitara en su negocio de Mar-a -Lago, en Florida, para acordar el futuro de las dos naciones. Lo mismo se puede decir de México a quien también quiere subordinar a sus mandatos. La perversa actitud de Trump rompe con todos los principios de la diplomacia, del respeto al derecho ajeno y, sobre todo, de la decencia.
Ebrard dice que tenemos que actuar con sentido común en las negociaciones con Estados Unidos. Sin embargo, en nuestro país, el anterior presidente actuó sin esa virtud durante seis años. ¿Dónde estuvo el sentido común de Ebrard cuando López Obrador destruyó el sueño de tener un aeropuerto de clase mundial, HUB de Latinoamérica? ¿Dónde estuvo el sentido común cuando gastamos medio billón de pesos en un Tren Maya que no tiene aforo ni sentido y nadie necesita? ¿Cómo justificar con sentido común el derroche en una refinería que costó el doble de lo que había presupuestado una compañía formal de Corea del Sur a la cual despreciamos?
¿Qué decir del sentido común cuando un capricho presidencial destruye nuestras instituciones como el Poder Judicial o los organismos autónomos del Estado para dar gusto a una sola persona? La lista es interminable: un presidente que negó el valor de la ciencia, de la educación, de las relaciones con el mundo y la remuneración de los funcionarios por sus conocimientos y el mérito de sus competencias. Jamás fue cuestionado por la sumisión de sus seguidores.
Ebrard podrá decir lo que quiera frente a Trump, pero jamás tuvo el valor y la iniciativa de contradecir a un tlatoani ignorante y resentido. Cuidó su posición sobre la del sentido común. Incluso “se dobló” ante la designación de Claudia Sheinbaum y capituló ante la cargada presidencial a favor de quien hoy nos gobierna.
Ebrard debió ser presidente pero nunca tuvo las agallas ni la fuerza para contrarrestar la irracionalidad de Andrés Manuel López Obrador. Su sentido común fue someterse. Como dijimos al principio de esta columna, a pesar de todo, el Secretario de Comercio tiene en sus manos nuestro destino. Donald Trump lo insultó cuando dijo que nunca había visto a nadie “doblarse” tan rápido.
El ex canciller, ex jefe de Gobierno de la CDMX y ex candidato presidencial, no muestra la estatura de un funcionario independiente. Sometido a la presidenta Claudia Sheinbaum, a quien acusó de corrupción y desvíos, tendrá que demostrar su competencia para seguir vivo en la política nacional.
Nuestro sentido común apunta a una negociación con concesiones, a una disputa donde México tendrá, de nuevo, que ceder ante nuestro vecino. Ebrard y Juan Ramón de la Fuente, Secretario de Relaciones Exteriores, bailarán al son que les toque Trump, alguien que sólo muestra poder y poco sentido común.