México tuvo por lo menos tres sexenios que terminaron en desastre. Primero el de Luis Echeverría con la primera devaluación después de 22 años de estabilidad, el peso había mantenido una paridad de 12.50 por dólar. El segundo desastre fue el de José López Portillo, quien, embriagado por el descubrimiento de la riqueza petrolera, reventó la economía a través de infructuosas inversiones del Estado. 

El error de estatizar la banca costó al país una década perdida de desconfianza y estancamiento. La tercera tragedia vino en el último año de Carlos Salinas de Gortari. El llamado “error de diciembre” (1994) desencadenó la peor crisis anterior a la pandemia. Como decíamos, el error no fue de Zedillo en su origen, sino de Salinas, quien endeudó al país a corto plazo y sufrió un año desastroso con rebeliones, magnicidios y fuga de capitales. 

Zedillo comenzó mal y tuvo que ajustar la economía con medidas draconianas para enfrentar la devaluación, la inflación y la caída más grande que había tenido el PIB desde la Gran Depresión de los 30.  La banca estaba quebrada y los depósitos de los ahorradores y las empresas podían desaparecer si no intervenía el Estado. El Fobaproa no fue la solución más justa pero sí la más eficaz. Cierto que nunca “tantos habían pagado las cuentas de tan pocos” con la carga tributaria que generó el salvamento de la banca. Sin embargo, cualquier alternativa era peor. 

Armado de expertos economistas como Santiago Levy, Alejandro Werner, Guillermo Ortiz y José Ángel Gurría,  Zedillo asumió la administración del país como si fuera la de su propia casa. En poco tiempo enderezó el barco. Permitió la venta de los bancos a empresas extranjeras (Bancomer, Serfín e Inverlat) a precio de remate. Lo importante era restablecer la confianza de los inversionistas extranjeros y locales. 

Durante el sexenio 1994-2000, el país extendió los tratados de libre comercio a muchas naciones. México se convirtió en uno de los países más abiertos del mundo. El resultado fue espectacular. La economía recuperó el crecimiento y al final del sexenio tuvimos la mejor situación macroeconómica de su historia reciente. El país crecía al 7% y la inflación, que había superado el 50% a principio de sexenio, bajaba al 7%.

Teníamos pleno empleo y los salarios reales crecían. Los programas sociales fueron ejemplo mundial cuando el Gobierno apoyó a madres solteras siempre y cuando sus hijos no faltaran a la escuela. 

Zedillo, proveniente de una familia de clase media, había ascendido a través de la educación pública y becas que le permitieron obtener un doctorado en Yale. Su preparación fue útil en el Banco de México cuando inventó un instrumento financiero llamado Ficorca para salvar a empresas en problemas. Luego fue un excelente secretario de Educación, y por azares del destino, se convirtió en el mejor presidente que ha tenido México desde Adolfo López Mateos. 

El electorado cobró al PRI en las urnas la crisis del 95. Vicente Fox, populista en su campaña, logró la hazaña de la alternancia. Zedillo respetó la voluntad de los electores y le dejó la mesa puesta. Lo que sucedió después habrá de revisarse con la historia. 

Lo que dijo Zedillo en diciembre pasado es una luz para el camino de México y América Latina: Respeto a las leyes y a las instituciones; lucha contra la pobreza y la desigualdad; justicia igualitaria para todos los ciudadanos, inversión y mercados abiertos.

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