En el final del sexenio de José López Portillo una frase enmarca el destino independiente de la revista Proceso. Ante los reportajes críticos de la publicación fundada por Don Julio Scherer García, el entonces Presidente, escupió con bilis retórica su frustración. “No pago para que me peguen”.
Uno de los reportajes memorables de Proceso fue el descubrimiento de la enorme mansión que construía Carlos Hank González en Cuajimalpa para su amigo el Presidente. De inmediato fue bautizada como “La colina del perro”. La opinión pública no había perdonado a López Portillo quien aseguraba que “defendería el peso como un perro” antes de la terrible devaluación de 1982.
Pocos eran los medios independientes en esa década y Proceso siempre mantuvo una línea crítica, recta y contestataria, con reportajes de investigación y denuncia con tono antipriísta, antisistema. Se le identificaba como una publicación de izquierda, con cierta tendencia antiempresarial. Sin embargo, su periodismo y las columnas de opinión contenían una libertad que hizo de Scherer García una celebridad nacional.
Cuando llegó a la presidencia Andrés Manuel López Obrador, parecía un triunfo compartido de la hoy llamada 4T con Proceso. Se creía que la izquierda mexicana tendría un vocero leal que haría la crónica del cambio como lo hace el periódico La Jornada. Pesaba, además de la ideología, la participación de Julio Scherer Ibarra en la pirámide del poder. Como “Consejero Jurídico de la Presidencia”, pocos serían tan cercanos y poderosos.
Para celebrar, el área de prensa de Palacio Nacional dispuso una pauta publicitaria nunca vista para Proceso. En uno de sus números, eran tantas las publicaciones del Gobierno federal, que se llegaron a repetir páginas completas. Críticos de oposición imaginaron que la libertad y la crítica cedía por afinidad o cercanía. Al principio fue una luna de miel, hasta que los periodistas del semanario regresaron al buen trabajo que los distingue desde 1976, cuando el presidente Luis Echeverría los echó de la Cooperativa de Excélsior.
Pronto el Presidente y sus cercanos sintieron, con descontento, que no había forma de controlar sus contenidos. Como en la 4T se está con ellos o contra ellos, le pintaron una raya como lo habían hecho con Reforma, El País, Latinus, El Universal y toda publicación crítica. Proceso pasaba, inexplicablemente, a ser parte de los conservadores aliados con la antigua “mafia del poder”. Y menos lo comprendió el fiscal Alejandro Gertz Manero cuando ventilaron uno de sus grandes bienes. El poderoso Fiscal General rompió con Julio Scherer Ibarra, quien lo había apoyado para ocupar el cargo.
Después del rompimiento comenzó la guerra, comentada en todos los círculos políticos pero poco conocida en su profundidad e intensidad. Según Scherer Ibarra y su revista, todo comenzó cuando no quiso apoyarlo en un pleito familiar donde Gertz acusa a su cuñada nonagenaria y a la hijastra de matar a su hermano Federico. Scherer Ibarra, presuntamente acosado, calumniado y difamado por Gertz Manero y la senadora Olga Sánchez Cordero, soltó la bomba en Proceso, dando santo y seña de su versión y la del director de la publicación, Jorge Carrasco Arraizaga.
Scherer Ibarra jura lealtad al Presidente quien lo llama “hermano” pero la publicación de agravios y presunta corrupción en el corazón de su gabinete, mete en serios conflictos a la 4T que comienza a disgregarse en grupos de interés, y lo peor, en intereses económicos y pleitos personales, como la denuncia del ex consejero presidencial en Proceso, que seguro lo publica más como nota periodística que como complacencia a uno de sus socios.