Cuando un avión “se va al aire” en lugar de aterrizar, enfilado o a poca distancia de la pista, no quiere decir que haya peligro inminente. Es un procedimiento establecido en todas las cartas de aproximación a los aeropuertos preparados para recibir aviones por vuelo de instrumentos.
Un avión se puede ir al aire por muchas razones, la decisión está primero en el piloto y luego en el controlador de torre. Que un perro se atraviesa en la pista del Bajío, al aire; que el piloto no calculó bien el descenso frente a una pista corta, al aire; que otro avión se metió a la pista, al aire; que faltó visibilidad por niebla, al aire. Todo está calculado y programado.
El problema es cuando la aeronave tiene poca reserva de combustible o se extiende el tiempo en los patrones de espera. El procedimiento hace que los pasajeros se espanten si es brusco el jalón. Las últimas noticias pueden causar temor, no obstante, tenemos la aviación más segura de nuestra historia a pesar de los desatinos burocráticos que nos pusieron en la segunda división. A eso equivale la categoría 2.
Viajar en un avión comercial es cientos de veces más seguro que hacerlo en automóvil. En los últimos años tuvimos “incidentes” como el avión de Aeroméxico que se salió de la pista en Durango por una tormenta pero no pasó del susto. Uno más lejano fue el de un Aerocalifornia que se estrelló en Uruapan por un problema mecánico pero eso fue hace muchos años. Nuestras líneas aéreas tienen personal capacitado y entrenado continuamente en simuladores de vuelo para enfrentar emergencias. Tienen los estándares más altos fijados por la agencia de aviación norteamericana FAA.
Del otro lado están los controladores con tradición de profesionalismo y competencia técnica. Pero, como todo, están los políticos y los burócratas que pueden ayudar mucho o echarlo todo a perder. “Imagínense” es una palabra socorrida en la mañanera, pues “imagínense” que la decisión técnica más importante sobre el futuro de la aviación en México se tomó en una consulta ilegal al pueblo. “Imagínense”.
Después de eso todo puede suceder: un nuevo aeropuerto ubicado cerca de otro más viejo y un tercero en Toluca que no ha servido para la aviación comercial. Luego un diseño forzado del espacio aéreo para acomodar los arribos y aproximaciones en forma simultánea. Se siguen las broncas de conflictos que sólo crecerán a medida que se divida el tráfico entre el Benito Juárez y el de Santa Lucía.
A estas alturas, si el pueblo bueno y sabio (experto en ingeniería de aeropuertos) hubiera votado por Texcoco y le hubiera dado la razón a MITRE, la mayor autoridad aeronáutica, tendríamos el mejor aeropuerto de Latinoamérica y cero broncas con el espacio aéreo y una terminal bellísima con futuro de 50 años o más. Lástima Margarito. La decisión -inducida desde el poder- costará billones de pesos al país (millones de millones). Pasarán años para reparar el daño.
El problema es que el “avión” del sexenio no aterriza ni consolida los planes de vuelo que el piloto y su tripulación diseñaron para esta nave llamada México. Puras idas al aire con trenes, refinerías y aeropuertos. Aproximaciones fallidas, se le dice en términos aeronáuticos. Hay una remota posibilidad de tener un accidente aéreo, lo que no está lejano es el desastre comercial de querer arrear a los pasajeros a Santa Lucía por la fuerza y administrar mal el vetusto aeropuerto Benito Juárez.
Seis años en el patrón de espera.