El viernes pasado, la Suprema Corte de Estados Unidos eliminó el acceso al aborto como derecho constitucional, dejando a cada estado la prerrogativa de establecer sus propias reglas sobre la interrupción del embarazo. Es una decisión histórica, de consecuencias enormes e impredecibles.

Para empezar, prohibirá o penalizará el aborto en al menos 21 estados del país, afectando a cerca de 30 millones de mujeres en edad reproductiva, esto de acuerdo con cálculos de The New York Times. En Texas, por ejemplo, dentro de 30 días, entrará en vigor una ley que solo esperaba la luz verde que le daría la decisión de la Suprema Corte. Será prácticamente imposible conseguir un aborto. No habrá excepciones para violación o incesto. Las penas serán severas para una joven mujer que busque abortar, lo mismo que para el médico que se atreva a auxiliarla con el procedimiento.

Evidentemente, las mujeres más afectadas por la sentencia serán las más pobres, que no tienen recursos para viajar cientos o miles de kilómetros hasta un estado donde se permita el aborto. Diversos estudios confirman que las minorías se verán particularmente golpeadas, dado que las mujeres afroamericanas e hispanas son quienes han registrado, hasta ahora, números mayores de abortos. Las consecuencias sociales, culturales, morales y económicas van a reverberar por décadas.

Para el movimiento conservador, que se adueñó de la Corte gracias a los tres nombramientos que hiciera Donald Trump, el fin de Roe v Wade, la sentencia que había otorgado a las mujeres estadounidenses el derecho constitucional al aborto, es el triunfo definitivo en la principal batalla cultural del último medio siglo. Nada, ni siquiera el acceso a las armas, le ha importado más al movimiento conservador que el anhelo de acabar para siempre y de la manera más amplia posible con el acceso al aborto para la mujer estadounidense. La mayoría en la Corte ha puesto punto final a esa batalla de la manera más dramática posible.

La dureza de la decisión abre la puerta, para algunos, a nuevas sentencias que implicarían una regresión para los derechos reproductivos y varias conquistas de minorías, como el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo. Existe la posibilidad de que ésta Suprema Corte, ya inmersa en el activismo político e ideológico, decida desmantelar el acceso a anticonceptivos o trate de afectar las clínicas de fertilidad. Nada es imposible.

Un factor hace todavía más grave lo que ocurre.  Las recientes decisiones de la Suprema Corte, empezando por esta, pero incluyendo otra de hace unos días que hará considerablemente más difícil el control de armas de fuego, van en contra de la opinión pública.

Una mayoría clara de estadounidenses respaldaba el acceso al aborto, de la misma manera que apoya mayores restricciones a la compra y tenencia de armas de fuego. La Suprema Corte ha decidido actuar de espaldas a esa voluntad explícita de la mayoría para establecer, en cambio, una versión del país no solo de otra época sino de otra etapa civilizatoria.

Difícil imaginar algo más grave. La pregunta, ahora, es cómo reacciona el electorado en Estados Unidos.

Por lo pronto, después de la decisión del viernes pasado, las primeras encuestas sugieren que los votantes demócratas están indignados y más dispuestos a presentarse a votar en noviembre de lo que estaban antes de este shock. Habrá que ver si es verdad. Si algo deja claro lo que ha ocurrido, es que las elecciones tienen consecuencias, siempre. La llegada improbable de Trump abrió la puerta a una mayoría duradera en el máximo tribunal de justicia en Estados Unidos. Aquella presidencia ha tenido muchas secuelas, a la que se suma ahora ésta, una avalancha para la vida estadounidense.

Veremos cómo reaccionan las mujeres en edad de votar ahora que uno de los lados del espectro político e ideológico, ligado con absoluta claridad a uno de los partidos políticos del país, ha optado por quitarles un derecho que para muchas era ya un hecho, parte de la libertad más íntima y, por lo tanto, más fundamental.

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