La vida política en EU ha sido cimbrada por la decisión de su Suprema Corte de revertir el fallo de 1973 conocido como Roe v. Wade, que protegía el derecho de las mujeres a abortar. Pocos temas polarizan más al electorado que ese, y no sólo ahí. Su bipolaridad, por lo mismo, es una eficiente carnada que lleva a que muchos votantes dejen de ver el fondo, y se guíen sólo por el apoyo o rechazo a “el aborto”.
En mi opinión, son precisamente quienes son vehementemente antiaborto quienes deberían abogar por su legalización. El aborto ocurre, ya sea en una clínica, en un callejón obscuro, o en el baño con un gancho de ropa. Verlo como alternativa anticonceptiva es brutal y absurdo. Reduzcamos su incidencia, incrementando el acceso a métodos anticonceptivos, invirtiendo en la educación sexual de los y las jóvenes, y combatiendo de raíz la violencia contra las mujeres. Aun así, el aborto seguirá siendo un mal necesario para casos de violación, incesto, o cuando peligren la viabilidad del feto o la vida de la madre.
Está más que probado que pocas medidas tienen mayor impacto para reducir la pobreza que incrementar la capacidad de las mujeres para decidir cuándo quieren embarazarse. Posponer esa decisión, en muchos casos, permite incrementar años de escolaridad, alcanzar situaciones económicas más estables y depender menos de otros para sobrevivir.
Sin embargo, ambos lados del debate vuelven binarias sus decisiones al votar a favor o en contra de quien se pronuncia sobre el aborto. Viene a mi mente la conversación que tuve con una politóloga inteligente y educada que me dijo, en 2018, que nunca votaría por Ricardo Anaya porque éste no se manifestó a favor del aborto (a pesar de que tampoco Meade o AMLO lo hicieron). Entonces, acabó votando por un Presidente que ha marcado un atroz retroceso para las mujeres, al cerrar estancias infantiles, refugios para mujeres maltratadas y escuelas de tiempo completo, e ignorar la tragedia de 8 mil mujeres que están en calidad de “desaparecidas”.
Esta conversación es oportuna en México, dada la fuerza que el movimiento “feminista” ha demostrado. El aborto roba cámara, pero falta énfasis en fortalecer instituciones (CNDH) y construir Estado de derecho. De paso, es un error excluir a los hombres de su movimiento. El feminismo empieza en casa, sí, empoderando niñas para que puedan desarrollar su potencial, pero también educando niños para que vean a las mujeres como iguales, para que sean aliados de sus causas y, sobre todas las cosas, para que siempre las respeten.
Si reducimos el apoyo o rechazo a partidos y a candidatos a un solo tema, nos exponemos a caballos de Troya. Ahí está el caso de Trump, quien pasó de ser abiertamente proaborto a rechazarlo, como anzuelo para ser apoyado por electores republicanos. Acabó impulsando una agenda opuesta a la agenda republicana tradicional -austeridad fiscal, Estado más pequeño- y destrozó a ese partido, haciéndolo rehén del populismo, escudándose tras una falaz etiqueta “antiaborto”.
Nuestra realidad es compleja, y las soluciones a nuestros problemas también lo son. Necesitamos pragmatismo y no pureza ideológica. No hay balas de plata o soluciones milagrosas. Concentrémonos en exigir políticas públicas sensatas. Despertemos a una realidad contundente: no hay partidos, ni candidatos perfectos. Y por eso, tal y como ocurre en sistemas parlamentarios, necesitamos también de alianzas entre partidos, distantes en el espectro político, que sean capaces de apoyar políticas y soluciones coherentes a problemas puntuales, sin antes pasarlas por el tamiz ideológico. Y sí, a veces hay que votar por quien simplemente será, en agregado, un mal menor, aunque no estemos de acuerdo con cada una de sus posturas. Ese fue el caso en la reciente victoria de Joe Biden, y puede serlo en México en 2024.
Las reacciones bipolares a términos como “aborto” serán aprovechadas por los populistas y los demagogos, pues siempre podrán clavar esa cuña cuando les convenga dividirnos, o lanzar ese señuelo al aire, con la certeza de que muchos puristas lo morderán.
@jorgesuarezv