A raíz del lamentable asesinato de dos padres jesuitas en Urique, Chihuahua, la Conferencia del Episcopado Mexicano salió a exigirle al Presidente cambiar su estrategia de “abrazos no balazos”. En México, en los últimos dos sexenios, y en lo que va de este, han sido asesinados cincuenta sacerdotes católicos; siete, durante la actual administración.
Ante la exigencia de cambiar de estrategia, el primer mandatario tachó de “anticristiano” querer que se enfrente la violencia con más violencia, al considerar que esto apuntaría a instruir a las Fuerzas Armadas para exterminar físicamente a los malosos. “Algunos jerarcas de la Iglesia no siguen el mensaje del papa Francisco, al que admiro y respeto; cambiar de estrategia de seguridad es combatir la violencia con más violencia y muerte, lo que sería incluso antirreligioso. No puede un sacerdote, un obispo (o) un pastor decir que se tiene que resolver la violencia con la violencia”. 
A las declaraciones del Presidente, el obispo de Cuernavaca señaló el lema “abrazos no balazos” como una “demagogia y complicidad” con el crimen organizado. Aunque luego rectificó y exhortó a los tres niveles de gobierno a cumplir con su responsabilidad en pro de la paz y seguridad social. El discurso de la jerarquía se ha ido suavizando y el Vaticano acaba de remover a su embajador para enderezar el diálogo y el entendimiento. 
En México, la separación Iglesia-Estado fue un parto muy doloroso. Es importante señalar que las confrontaciones y desencuentros del Estado mexicano Vs. Iglesia católica, no es nada nuevo. Estos han estado presentes en la historia de nuestro país, hasta llegar a luchas fratricidas que cobraron cientos de miles de vidas. Por lo general, los dos poderes, no se han confrontado por ganar el poder en la Gloria del cielo, sino por el control del poder aquí en la Tierra. La jerarquía condenó a Juárez al infierno, pero la Historia le concedió el título de “Benemérito de las Américas”.
La jerarquía eclesiástica nunca perdonó al Benemérito la nacionalización de los bienes de la Iglesia. Las leyes de Reforma prohibían a los curas participar en política y puestos públicos, con el fin de que no intervinieran en asuntos de gobierno. Además, se decretó el Estado y la Educación laicos y la libertad de credo, entre otros mandatos. El alumbramiento de la Constitución de 1857, fue excusa para que el arzobispo de México amenazara con la excomunión a los católicos que la juraran; además, Pío IX, en la encíclica Quanta Cura, condenó su contenido y pidió no obedecerla. 
La Guerra Cristera fue otro doloroso y sangriento episodio de la confrontación Estado-Iglesia, que cobró la vida de más de 250 mil personas. Recordemos que, en 1861, México rompió relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano. La reanudación de relaciones fue hasta con Carlos Salinas, debido a un “quid pro quo”: Reanudación de relaciones diplomáticas, a cambio del reconocimiento de su dudoso triunfo electoral. 
Pero aquellos son polvos de otros lodos, y parece que las partes en conflicto empiezan a entenderse nuevamente. El Episcopado Mexicano ya cambió el tono de su discurso: “Todos debemos ayudar para buscar la paz y la reconciliación con una visión cristiana.” Por su parte, el Obispo de Zacatecas propone un “pacto social” integrado incluso por “malhechores”. En fin, de la confrontación verbal, se evolucionó a la suma y a la propuesta.   
Es cierto que la violencia en México está desbordada desde la época de Calderón, que declaró “la Guerra al narcotráfico” y sacó al Ejército de sus cuarteles, con la instrucción de matar a delincuentes, sin que esto diera resultado alguno. AMLO cambió de estrategia, repudió la ley del talión del que “a hierro mata a hierro muere,” y reconoce que la estrategia de seguridad requiere de muchas otras cosas, pero no acepta que la solución sea el exterminio de los delincuentes. 
La sociedad ha perdido sus valores, sus tradiciones, la construcción de la paz tiene que ver con lograr una sociedad mejor, tiene que ver con el combate a la pobreza, tiene que ver con el combate a la corrupción, tiene que ver con el combate a la impunidad y la igualdad de oportunidades.
 La solución no han sido los balazos de Calderón, tampoco los abrazos de López Obrador. La nueva propuesta de la Iglesia católica plantea que todos seamos parte de la solución. La Constitución establece que los tres órdenes de Gobierno son los responsables de garantizar la seguridad. Muchos gobernadores están cruzados de brazos, solo levantan la mano para pedir la presencia del Ejército para que les haga su chamba; los municipios tienen policías preventivos (responsables de la prevención del delito) insuficientes, impreparados, mal pagados e infiltrados por el crimen. 
Sophia Huett, vocera de Seguridad del Estado de Guanajuato, dijo que el asalto que sufrió el secretario de Desarrollo Social y Humano, Jesús Oviedo, es algo que a menudo sucede: “En la zona de Cortazar, son habituales los asaltos a mano armada, los despojan de sus vehículos que luego desaparecen en el municipio de Villagrán”. ¿Y, luego, qué sigue, qué está haciendo la autoridad…?
El filósofo alemán Heidegger dice: “Somos la suma del tiempo.” Entonces, en el tiempo estamos involucrados todos: gobiernos, sociedad e iglesias; éstas también han fallado, al igual que los políticos. Es buen momento para que también los ministros de culto religioso reflexionen: ¿Por qué en México, uno de los tres países más católicos del mundo, hay tanta violencia? ¿Por qué tanta maldad? Es evidente que la pastoral de los Obispos no conmueve el corazón del hombre ni conecta con los parroquianos, el tejido social está descompuesto, las ovejas descarriadas y los valores familiares ausentes. Ni la política ni la religión están funcionando.
 

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